10 ene 2011
Cuba y sus rollos malos
Por AMELIA M. DOVAL
Los cubanos, al menos los que ya comenzamos hace un tiempo a teñirnos las canas, navegábamos entre las dudas, con respecto a la aparición de los Reyes Magos. Cuando llegamos al mundo todavía los camellos pasaban por debajo de la puerta o entraban por el patio. De repente fueron acusados de ladrones fugitivos de nuestra capacidad mental. Nunca entendimos por qué, si ellos traían regalos, no se llevaban nada. Nuestra inocencia infantil no se percató del cambio y por más que nuestros padres se esforzaron fue imposible mantener la tradición.
Dejaron de existir los Reyes Magos para entrar a funcionar los Rollos Malos; a partir de entonces fue un dilema mayor adquirir un juguete. Soñar con una bicicleta iba más allá de nuestros instintos, llegó un momento que nos daba igual un triciclo que un monociclo, ¡dichosos los payasos que de una bicicleta hacían dos! La pregunta sería: ¿y al que no le tocará el sillín qué hacía? La dejamos en suspenso porque suspendidas en el aire quedaban las expectativas.
Los Reyes Magos de antes venían con el frío, con las fiestas, con la alegría. Los Rollos Malos trían las discusiones, el calor, los carnavales y no podía faltar el discurso extendido de un Fidel prepotente (si hubo otro que no lo fuese, nunca lo conocimos). El motivo ya no sería la llegada del año, la paz, la unión familiar. Nosotros debíamos celebrar el asalto al Moncada, las muertes, la tristeza familiar.
Con los Reyes Magos, los padres se escondían, escogían juguetes, nos engañaban con el pasto. Con los Rollos Malos, el gobierno nos imponía los juguetes que debían gustarnos, hacíamos las largas colas y cansados nos conformábamos con la esperanza de que al otro año a estos Rollos se les ablandaría el corazón. Los Reyes Magos seguían viniendo mientras nosotros los llamáramos con nuestra inocencia. Los Rollos Malos dejaban de venir a una edad determinada, cuando consideraban ellos que nos hacíamos grandes para todo, menos para ser libres.
La Estrella en el cielo dirigía a los Reyes Magos. Nuestra estrella debía ser la de la gorra del Ché, no entendíamos por qué si él no era cubano, ni árabe, ni mago y mucho menos rey.
Menos mal que con los Reyes no se fue el ratón que cambiaba dinero por dientes, esa sería la única fantasía que perduraría por años. Bueno, en realidad fantasía tradicional porque siempre ha sido una fantasía cada reporte de ganacias y logros que da el Estado. Gulliver en país de gigantes nos sentimos de pequeños, nada podíamos alcanzar, ni juguetes, ni sueños.
No han cambiado los tiempos, siguen los odiados Rollos Malos haciendo de las suyas en tierra cubana, negándoles el derecho de la infancia a los niños y dejando a los padres desprovistos de la fantasía de disfrutar la inocencia con sus hijos. Otro año más sin Reyes Magos.
Escritora y filóloga cubana.
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