Por Martha Pardiño
Si allá en mi Habana querida me hubieran preguntado donde viviría hasta el final de mis días. Hubiera contestado sin dilación: “por supuesto que aquí en La Habana”. Y si me hubieran dicho que un día abandonaría mi tierra para nunca volver, me hubiera reído del chiste.
¡Qué triste es decir adiós! Todavía después de casi cincuenta años de ausencia, me pregunto que nos sucedió. ¿Cómo es posible que uno se decida a abandonar la tierra que lo vió nacer y partir dejando atrás todo lo que se ama? ¿Cómo se puede uno despojar de todo lo querido, de la familia, de los amigos, de su hogar?
¿Qué cosa tan terrible vivimos nosotros en aquel sistema que nos robaba nuestra libertad, nuestros derechos como ciudadanos libres, que nos quería avasallar, que asesinaba y encarcelaba?
¡Tiene que haber habido dentro de cada uno de nosotros un espíritu rebelde y una indomable voluntad que no podía vivir encadenada a una mentira como la que vive Cuba!
Recuerdo el día en que Alberto me dijo “tenemos que irnos”. Dejar la patria con una mano delante y otra detrás. Correr la aventura de no saber el idioma, ni las costumbres. Llegar a este país con tres mudas de ropa y un par de zapatos, sin un centavo. Nadie nos esperaba en el aeropuerto. Teníamos miedo. Pensé que tal vez esto era un disparate. Pero Alberto y yo sabíamos que si el se quedaba se hubiera podrido en la cárcel o tal vez hasta lo hubieran fusilado. Ya nos lo habían advertido dos veces. Un pensamiento nos daba fuerzas, y era la esperanza de reunirnos con grupos de exiliados para comenzar la lucha clandestina desde aquí con el fin de tumbar a Castro y regresar a nuestra isla.
Tuvimos la grandísima suerte de encontrar aquí ayuda económica y espiritual en aquellos tiempos difíciles. Encontramos trabajo, pudimos rentar un efficiency, y poco a poco nos íbamos adaptando a esta nueva vida que comenzamos de cero. No puedo negar que extrañamos mucho, que lloramos mucho…pero aquí hicimos nuevas amistades que nos ayudaron y nos apoyaron, amistades que han perdurado hasta el día de hoy.
Buscamos grupos de cubanos exiliados donde nos pudieramos anotar para luchar por una Cuba libre. Sin embargo, lo que encontramos en ese tiempo fue muchas diferencias entre los grupos. Cuando estábamos más contentos con las reuniones y las ideas del grupo, resulta que en la próxima reunión nos encontrábamos con que había renunciado la plana mayor por no estar de acuerdo con dos o tres miembros. Y así nos íbamos para otro grupo y al poco tiempo había peleas y renuncias.
Vinieron los hijos y con ellos la lucha diaria para criarlos y hacerlos hombres y mujeres de bien; asegurar un techo para la familia; los pagos de universidades; y nos envolvió la vorágine de una vida llena de demandas y obligaciones.
Nunca regresamos a Cuba. Juramos no regresar mientras la tiranía de los Castro tuviera a la isla secuestrada. Tal vez cuando Cuba sea libre, y creo firmemente que será libre, ya mis ojos se habrán cerrado para siempre aquí, en este Miami al que tanto quiero, la tierra en que vine a carenar, donde nacieron nuestros tres hijos y siete nietos, donde hemos podido expresar con plena libertad nuestras opiniones y donde he podido transmitir mis añoranzas por aquella preciosa Habana donde se abrió la flor de mi feliz juventud.
Martha Pardiño
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