Por Martha Pardiño
De tu ardoroso pecho, en pleno fuego,
De improviso emergió la roja rosa,
Y en tu frente resaltó la refulgente estrella.
Se llenó la campiña de sollozos y las palmas de luto se vistieron.
¿De dónde ese rumor de golondrinas?
¿De dónde aquellas rosas blancas sin espinas?
¿A dónde van y de dónde salieron?
¿Tal vez se van reunir contigo allá en el cielo?
Al pronunciar tu nombre allá en la muerte,
Se estremecen de llanto los luceros,
Los campos de la patria que tu amabas,
Hoy teñidos de sangre, gritan su desconsuelo.
Para tí amadísimo Maestro se encienden los colores de la tarde,
Las notas de las liras te cantan sus poemas,
Y un rayo de luz atraviesa los campos de Dos Ríos,
Esplendoroso y blanco, y como el mármol, duro y frio.
Mayo 19, 2006
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