Ser padre no es fácil, por eso yo admiro tanto a esos padres que han sacado a sus familias adelante y que le han dado educación a sus hijos para que sean ciudadanos dignos y respetuosos en un mundo cada vez más competitivo y demandante como es el nuestro. A mi querido padre, que fue un padre fuera de serie, le dedico este pequeño escrito.
Mi padre, mi personaje inolvidable.
Los padres son los consentidores. Al menos en una familia con hijas hembras, el padre es el que se ocupa de complacer los caprichos de las niñas y también procura hacerse el bobo cuando la madre da quejas. De mi padre aprendí el amor a la lectura, la fascinación del séptimo arte. Aprendí a soñar despierta, a escribir poesía.
Mi padre nunca nos regañaba a mi hermana y a mi: esa tarea se la dejaba a mi madre.
Mi padre me regaló mi primer perfume, “Arpegio” de Lanvin; mi primer creyón de labios, “rojo ardiente” de Helen Rubinstein; mis primeros zapatos de tacón ilusión.
A los dos nos encantaba el cine y cazábamos los estrenos de las películas para ir a verlas juntos. Después que se terminaba la función íbamos a tomarnos un helado de mantecado con barquillos.
Siempre pude confiar en mi padre; contarle mis cuitas y compartir con el mis alegrías. Me enseñó que el trabajo y la honradez tienen que ir juntos en la vida y que la perseverancia todo lo puede. Me enseñó también a tener cada día una esperanza nueva. Para él, mi madre, mi hermana y yo, éramos sus grandes amores.
Mi padre era mi personaje inolvidable y falleció en La Habana, Cuba, secuestrada por los Castro sin que yo pudiese ir a darle un beso de despedida…
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