Publicado el lunes, 06.18.12
Los padres son los consentidores. Al menos en una familia con hijas hembras, el padre es el que se ocupa de complacer los caprichos de las niñas y también procura hacerse el bobo cuando la madre da quejas. De mi padre aprendí el amor a la lectura, la fascinación del séptimo arte. Aprendí a soñar despierta, a escribir poesía.
Mi padre nunca nos regañaba a mi hermana y a mí: esa tarea se la dejaba a mi madre.Mi padre me regaló mi primer perfume, Arpegio de Lanvin; mi primer creyón de labios, “rojo ardiente” de Helen Rubinstein; mis primeros zapatos de tacón ilusión. A los dos nos encantaba el cine y cazábamos los estrenos de las películas para ir a verlas juntos. Después que se terminaba la función íbamos a tomarnos un helado de mantecado con barquillos.
Siempre pude confiar en mi padre; contarle mis cuitas y compartir con él mis alegrías. Me enseñó que el trabajo y la honradez tienen que ir juntos en la vida y que la perseverancia todo lo puede. Me enseñó también a tener cada día una esperanza nueva. Para él, mi madre, mi hermana y yo, éramos sus grandes amores.
Los padres son los consentidores. Al menos en una familia con hijas hembras, el padre es el que se ocupa de complacer los caprichos de las niñas y también procura hacerse el bobo cuando la madre da quejas. De mi padre aprendí el amor a la lectura, la fascinación del séptimo arte. Aprendí a soñar despierta, a escribir poesía.
Mi padre era mi personaje inolvidable y falleció en La Habana, Cuba, secuestrada por los Castro sin que yo pudiese ir a darle un beso de despedida.
Martha Pardiño
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