19 jul 2012

En el Nuevo Herald


Ultrajes desenfrenados

 

El presidente Barack Obama saluda al público en un evento de recaudación de fondos en Austin, Texas, el martes pasado.
El presidente Barack Obama saluda al público en un evento de recaudación de fondos en Austin, Texas, el martes pasado.
RALPH BARRERA / AP
La larga lista de ultrajes que ha debido soportar Barack Obama en los tres años y medio que lleva al frente del país, tiene nuevos capítulos. El ídolo radial de la ultraderecha, Rush Limbaugh, usó su micrófono para vociferar que el Presidente odia a Estados Unidos y está desmontando, ladrillo a ladrillo, el Sueño Americano. Ni corto ni perezoso, el ex gobernador de New Hampshire, John Sununu, decidió sumarse a la procaz ofensiva y, con esa arrogancia que lo distingue, declaró que Obama no es un verdadero norteamericano ni alcanza a entender cómo funcionan las cosas aquí porque pasó sus años juveniles en Hawai “fumando algo”.
Difícilmente exista en la historia política estadounidense otro mandatario que haya debido tolerar tantas ofensas en tan corto período de tiempo. Desde la época en que John Adams y Thomas Jefferson se pedían la cabeza hasta hoy, los políticos de este país siempre han tenido que enfrentar ataques demoledores. Pero con “este Presidente” –como dicen los republicanos con cierto rintintín– las ofensas parecen fuera de control. A Obama lo han acusado de mentiroso, musulmán, comunista, antinorteamericano e, incluso, gay. Ni George W. Bush, en sus peores momentos, fue tan asediado. ¿Por qué el ensañamiento? Más allá de las discrepancias ideológicas, sospecho que tal vez los extremistas no logren reconciliarse con la imagen de un afroamericano instalado en la Oficina Oval.
Gente como Limbaugh y Sununu, quienes invocan la Constitución a cada minuto, confunden la libertad con el libertinaje. Amparados por la Primera Enmienda, creen que pueden injuriar sin freno. Sus palabras llenas de odio no aportan absolutamente nada positivo: sólo denigran la institución presidencial, enrarecen el debate político, amplifican simples payasadas y echan a un lado los asuntos capitales que el país necesita discutir con urgencia. De paso, hacen lucir mal a la campaña de Mitt Romney y le restan credibilidad entre los votantes independientes, cuyo apoyo será clave para una victoria del candidato republicano. Paradójicamente, los ataques no parecen hacer mella en Barack Obama, quien ya se ha acostumbrado a aguantar los golpes bajos con verdadero estoicismo. Al Presidente no le queda otro remedio, pues en una atmósfera política como la actual la mejor actitud es esta: “a palabras necias, oídos sordos”.
Yoel Prado

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