8 jul 2013

José Luis Diaz de Villegas, un gran amigo, un gran cubano, un gran periodista, falleció
 hoy (ayer domingo). Fue el más estrecho colaborador de Carlos, juntos hicieron el
 "milagro" de El Nuevo Día y el Nuevo Herald.  Formaban un equipo ganador.  Hoy hay
 fiesta en el cielo. José Luis fue un hombre excepcional, vale la pena leer este artículo
 sobre este "hombre de su tiempo" publicado esta noche en El Nuevo Día digital y
 saldrá mañana en el periódico impreso.

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Entretenimiento
08 julio 2013

Un hombre de su tiempo

José Luis Díaz de Villegas se desempeñó en varias profesiones con la misma pasión que disfrutó su vida

Ingeniero civil, pintor, caricaturista, periodista, artista gráfico, gourmand, maestro y mentor de muchos. Son algunos de los “sombreros” que a lo largo de sus fructíferos 87 años se puso José Luis Díaz de Villegas, también conocido con el seudónimo de Paco Villón, quien falleció ayer en la madrugada.

Roles que desempeñó con mucha profesionalidad y tesón. Todos los que tuvimos el privilegio de trabajar con él, podemos dar fe de ello. De la misma forma, era muy querido y admirado. Tenía un agudo sentido del humor y una gran pasión por la vida y por todo lo que hacía. Era lo que, precisamente, transmitía a todos los que laborábamos con él.

Fue lo que hizo desde sus comienzos en el periodismo cuando, dejó la ingeniería y fue contratado por el ya fallecido periodista Carlos Castañeda, quien había sido comisionado para darle nueva vida a un viejo diario ponceño que pronto se convirtió en El Nuevo Día.

“Carlos le quitó los zapatos a José Luis”, es lo primero que dice la viuda de Castañeda, Lillian Castañeda. Se refiere a que Díaz de Villegas venía del mundo de la ingeniería, “de cuello y corbata” y llegó al mundo del periodismo, una profesión más relajada, y decidió usar sandalias.

“Él se entusiasmó mucho y abandonó toda la seriedad de esa profesión para ponerse las chancletas y nunca más se la quitó”, recuerda Lillian. De hecho, las sandalias se convirtieron en un distintivo de su personalidad un tanto bohemia. Eventualmente, su cuidada barba blanca y su eterna sonrisa, complementaban la fina estampa que caracterizaba a Díaz de Villegas.

Alto, un poco desgarbado y siempre sonriente, era un personaje en la redacción de la década de los 70 y 80, cuando recién me estrenaba en las lides del periodismo. Verlo de cabeza, por ejemplo, en una esquina de la redacción del periódico, en Puerta de Tierra, era una estampa común. Era su forma de meditar. Aunque nadie se podía explicar cómo, con aquel cuerpo, lograba la estabilidad o, que en medio de tanta algarabía, pudiera hacer yoga.

“Más de una vez asustó a algunos visitantes que no se esperaban ver a alguien así en la redacción”, recuerda Silvia Licha, quien fue editora de En Grande, revista que él dirigió en la década del 80 y que se publicó exitosamente durante 16 años.

“Era una persona de mucho talento. Lo mismo hacía el diseño gráfico de un periódico, que una ilustración con cinco líneas que decía mucho. Él era único. No sólo diseñó varias veces el periódico, sino que también fue el responsable de diseñar El Nuevo Herald, que hasta ese momento era bastante rústico y le hizo un diseño fantástico. Era una especie de hombre renacentista”, sostiene Licha.

Precisamente, de esa etapa, Lillian recuerda que fue la combinación de Castañeda y Díaz de Villegas lo que hizo posible el éxito del periódico. También lo fue la entrañable amistad que desarrollaron. Fueron, agrega, “compañeros de aventuras” por toda Latinoamérica, invitados constantemente para asesorar sobre el diseño de periódicos, así como a ofrecer conferencias.

“Una vez, en uno de esos viajes, los invitaron a un coctel y José Luis se apareció en chancletas y no lo dejaron entrar. Entonces Carlos dijo que él tampoco entraba. Pero eventualmente lo pudieron hacer”, recuerda Lillian, tras aceptar que la pérdida la entristece mucho.

“No es solo la muerte, es ir cerrando etapas. Se van yendo los que han sido parte de mi vida. José Luis fue una parte importante en la vida de Carlos y luego de su muerte, trabajó conmigo para mantener viva su memoria. Se me ha ido alguien muy cercano y lo voy a extrañar mucho”, añade, mientras resalta que él fue una persona clave en el diseño y éxito de El Nuevo Día.

“Formaban un equipo que se complementaba muy bien, tanto en lo profesional como lo personal. Allá arriba debe haber una fiesta ahora y ya Carlos debe estar organizando el periódico porque le llegó el diseñador gráfico que necesitaba”, afirma Lillian.

Precisamente, en una semblanza que hizo Díaz de Villegas en la Fundación Carlos M. Castañeda que tituló “¡Hay que vestir el muñeco!” -una frase común de Castañeda cuando comenzaba a acomodar las historias en el periódico del día siguiente-, dijo que el día que lo contrató bien pudo haber parafraseado a Humphrey Bogart en la última escena de Casablanca cuando dijo: “Louie, I think this is the beginning of a beautiful friendship” (Louie, creo que este es el comienzo de una bella amistad).

“Desde entonces, por más de 20 años, nos unieron a Carlos y a mí el amor a la libertad, al Periodismo con mayúscula, a nuestras familias y a Cuba… sin contar un espíritu de aventura que se tradujo en nuestra larga colaboración en y más allá de El Nuevo Día”, contó.

Para el periodista y exdirector de este periódico, Chú García, también se trata de una pérdida irreparable. “José Luis fue uno de mis mentores en el periodismo y mi padrino para que yo comenzara a trabajar como empleado en El Nuevo Día”, recuerda García, quien destaca que fue el primer editor de Sábado Deportivo, suplemento que eventualmente se convirtió en Domingo Deportivo y donde dice que hizo una gran diferencia. “A José Luis me unen grandes lazos fraternales y profesionales; siempre tuvimos una gran sintonía. Él fue creador de una crónica deportiva de calidad editorial y calidad gráfica. Fue el que nos enseñó a escoger la mejor foto; fue un maestro para todos. Pero además, considero que es uno de los mejores diseñadores gráficos que ha tenido El Nuevo Día”, sostiene García, mientras subraya que era un “maestro en decir mucho con poco”.

En eso coincide Licha, quien destaca otra de sus facetas, la de gourmand y su personalidad de Paco Villón. “Era un hombre brillante, una persona de muchas facetas; lo hacia todo con tanta facilidad que uno no se daba cuenta y todo parecía muy fácil”, agrega.

De la misma forma se expresa la periodista Olga Leal, quien también fue editora de la sección Por Dentro en los años 70 y mediados de los 80.

“JLDV. Cuatro iniciales que fueron marca-insignia de El Nuevo Día durante mucho tiempo. Desde sus inicios, la firma de José Luis Díaz de Villegas en dibujos y caricaturas aportaron al periódico ese dinamismo y calidad artística que buscaba su director-fundador Carlos M. Castañeda”, sostiene Leal, tras indicar que le decían El Grande.

“Interpretaba el diseño o la ilustración que Castañeda buscaba de un solo golpe, una mirada, unas palabras. José Luis y Carlos eran el tandem ganador del nuevo periódico que se ganó el cariño de los lectores en poco tiempo. Junto con Arroyito, las caricaturas de JLDV imprimieron un sello especial al periódico”, recalca Leal, mientras destaca el talento extraordinario para el dibujo, el retrato, la caricatura, el bueno gusto y el diseño en general.

“Encima de eso, cocinaba como los dioses y escribía de comida con la misma facilidad y gracia con que dibujaba”, agrega la periodista.

Mientras que la escritora Carmen Dolores Hernández, lo recuerda como el maestro ideal. “¿Cómo se forma un periodista? La respuesta es trabajando con un buen editor que lo estimule a superarse, que reconozca sus logros y que le ofrezca crítica constructiva para que pula su visión, su enfoque y su estilo”, afirma la crítica literaria de este diario, quien comenzó sus reseñas de libros en la Revista En Grande, que él dirigió desde sus creación, a finales de 1981.

“Díaz de Villegas fue un gran editor. Director de la primera Revista Sábado y luego de la emblemática En Grande, tenía un sentido certero del balance en el contenido temático de una revista y del impacto visual que debía proyectar”, recuerda Hernández, quien destaca que era un hombre elegante y suave en su trato con los demás, de amplios conocimientos y exigente con el producto periodístico que dirigía.

“Si algo he avanzado por la senda de la escritura periodística –tan necesaria, difícil y cambiante- se lo debo en gran parte a su orientación y a los espacios que generosamente me permitió ocupar”, agrega la escritora.

No es la única. Como muchos, fui una de sus alumnas. Con muy poca experiencia en el ámbito periodístico, comencé a trabajar en la revista En Grande desde sus inicios, siendo él el editor. Y si de algo puedo dar fe es de sus dotes como maestro. “Siempre tienes que pensar en el lector, ponerte en su piel y capturar su interés. Si no lo haces desde el principio, no te va a leer”, comentaba de vez en cuando para el que lo quisiera escuchar.

Él mismo aceptaba que nunca había ido a una escuela de periodismo. Pero de la misma forma aseguraba, con orgullo, que tuvo el privilegio de ir a la Universidad Carlos Castañeda, una a la que todos los que trabajamos en esa época tuvimos la oportunidad de asistir. Algunos más que otros.

Fue, de hecho, la combinación del periodista Castañeda y el ojo artístico de Díaz de Villegas lo que hizo la combinación perfecta. De hecho, ambos compartían la visión de que el aspecto gráfico de los periódicos y revistas era una herramienta imprescindible para involucrar a los lectores en el contenido.

Pero no solo fue el diseño gráfico lo que motivaba a Díaz de Villegas. Por ejemplo, durante 25 años organizó en este diario el Certamen del Buen Comer, en el cual un jurado premiaba a los restaurantes. De la misma forma, también tenía una columna en la que firmaba bajo el seudónimo de Paco Villón. También es el autor de los libros Puerto Rico: La Gran Cocina del Caribe”, 100 Tapas y Espíritus rumberos donde se destacan una serie de dibujos en los que representaba sus perspectivas en torno a la multiplicidad de figuras que integran las religiones afroantillanas, con su particular raíz cubana. Una amiga suya, Natalia Bolívar trabajó una serie de “patakíes” (mitos, o historias Yorubas) en las que contó la historia de cada uno de los personajes de los 36 dibujos que Díaz de Villegas le hizo llegar.

El artista fue ampliamente galardonado como diseñador gráfico de este diario, al igual como ilustrador y director de películas de dibujos animados. Su obra pictórica se exhibe en museos y galerías de América y Europa. Fue, sin duda, un ser muy especial en la vida de muchos. Maestro y mentor. Lo sé, fui su alumna por muchos años. Gracias por las enseñanzas, profesionales como personales. Descansa en paz, querido José Luis.

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