Publicado el jueves, 01.23.14 en el Nuevo Herald
DANIEL ALVAREZ
Me encuentro sorprendentemente de acuerdo con las opiniones de Rosa Townsend en su artículo del primero de enero de este nuevo año, Bienvenidos al desorden mundial. Indiscutiblemente existe en esta Casa Blanca una indiferencia al “colapso generalizado de la autoridad central”, es decir, la autoridad global de Estados Unidos. Como señala la autora, (por lo menos) desde la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos asumió una postura hegemónica en el mundo, y se tiene que añadir, para bien de todos.
La doctrina de Woodrow Wilson, sobre la misión sagrada de EEUU de “hacer al mundo seguro para la democracia” había sido uno de los pilares más sagrados e inexpugnables del excepcionalismo americano. Nuestro “destino manifiesto” de llevar al mundo la luz de la democracia americana, fundado en la visión de los Puritanos del Mayflower en adelante que EEUU era “el reino de Dios en América” y “la luz a las naciones”, nos encargó la misión sagrada de ser, como dijo el ex secretario de Educación William Bennett, “el policía del mundo”. ¿Y quién mejor que nosotros? ¿Quién más confiable que nosotros?
Se le puede perdonar a Wilson ese pecadillo de inspirar la creación de la (fracasada) Liga de Naciones, que ha engendrado ese monstruo antiamericano e inútil que mal se llama “las Naciones Unidas”. Una organización que solo intenta poner límites y debilitar nuestra capacidad de intervenir, unilateralmente si es necesario, en las crisis que bien señala la Sra. Townsend: Siria, África, Egipto, por ejemplo. Dicho sea de paso, nunca debimos abandonar a nuestro fiel aliado, Mubarak, en nombre de la falsa e ilusoria “primavera árabe” que es sin duda un mito de la prensa decadente liberal norteamericana.
¿Y para más insulto, qué hace Obama? Llega a un acuerdo con ese miembro del eje del mal, Irán, que estamos casi 101% seguro que está tramando continuar con la fabricación de una bomba nuclear pese a sus mentiras vulgares. Un presidente que entiende la misión histórica de Estados Unidos debía saber mejor que nadie que EEUU nunca debe “renegar de su supremacía” mundial y crear “un colapso generalizado de [su] autoridad central”. Y además, nunca debe abandonar a sus aliados, como Israel, los sauditas, el muy lamentado Mubarak (¡quien era un dictador, pero era nuestro dictador!). Siguiendo los ideales ficticios e utópicos de Kant (y hay que añadir, Pufendorf, Vitoria, Grotius), complementado con una peligrosa y cobarde “retirada pacifista y aislacionista” Obama, en vez de atacar y pulverizar a Assad (o por lo menos, asesinarlo); y cooperar con Israel y los sauditas para darle un golpe mortal y decisivo al programa nefasto y maléfico de Irán (“cortarle la cabeza a la serpiente”, como bien dijo el rey Abdullah) con un ataque militar a sus instalaciones nucleares, hace todo lo contrario y facilita el expansionismo iraní y su ambición de obtener armas nucleares (si hubiéramos hecho esto con Corea del Norte hace años no tuviésemos hoy ese dolor de cabeza).
¿Y si viene la guerra, qué importa? ¿Quién va a decir algo, y mucho menos intervenir? ¿Los rusos? ¿Los chinos? Van a patalear y gritar, pero en un final, no van a hacer nada, porque ellos saben que nosotros somos la potencia militar número uno en el mundo (¡nuestro presupuesto militar es casi el 50% de lo que el resto del mundo se gasta en armas, y en las mejores armas!). ¿Quién como nosotros, quién se puede comparar a nosotros? Podemos y debemos actuar con impunidad cuando nuestro liderazgo mundial y la seguridad nuestra y de nuestros aliados peligra. Nuestra causa es justa, nuestro derecho de intervenir tiene el imprimátur divino. Y el que dude esto, es antiamericano, enemigo vil de nuestros valores, y digno de ser repudiado. Obama ha traicionado nuestro carácter, nuestro destino, debilitando a nuestra nación y sacrificándola ante el altar de “cooperación internacional” y falsa “ley internacional” que solo sirven los intereses de nuestros enemigos.
Por supuesto, como dice Rosa, estamos hablando de “un liderazgo responsable (versus un liderazgo zarista ‘a la Putin’)”. No estamos insinuando que Estados Unidos debe convertirse en el dictador del mundo. Tenemos que asumir nuestro papel histórico de “poder organizador”, es decir, si la entiendo bien, el hegemón benigno, el poder estabilizador en el mundo que nunca debe avergonzarse de su justa “supremacía”. Nuestra “influencia política, económica, militar y cultural” en el mundo es demasiado valiosa y necesaria para que Obama la comprometa. Y si hay que quitar y poner de vez en cuando para “mantener” nuestra influencia en todas las esferas que subraya Rosa, como lo hacíamos también en los años 50 y 60, cuando ni nos doblegamos ante nadie ni respondíamos a nadie, ¿qué hay de mal de esto?
¿Queremos que sean los rusos o los chinos los que impongan el “orden mundial”, que llenen “el vacío de liderazgo” que Obama ha creado? ¡De ninguna manera! Esos son regímenes dictatoriales, corruptos, inmorales, mentirosos, ateos, traicioneros, con ambiciones de dominación mundial. No nosotros. En el 2016 tendremos la oportunidad de elegir un presidente “con pantalones bien puestos” que acabe con el desorden mundial del que Obama es principalmente el responsable. Nos hace falte un líder que entienda el poder, y con la voluntad de ejercerlo; y además, que entienda lo que significa el excepcionalismo americano: que las reglas y limitaciones que se aplican a otras naciones no se aplican a los Estados Unidos de América en todos los casos.
Instructor en el Departamento de Religión y miembro del Programa de Estudios del Oriente Medio, Universidad Internacional de la Florida.
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