22 jul 2010

Interlocutores válidos


Por DANIEL MORCATE

Pocos espectáculos pueden ser más gratificantes para un demócrata que el ver a un grupo de personas inocentes recuperar su libertad, como ha sucedido con los presos políticos cubanos que han llegado a España acompañados de decenas de familiares. Todas las gestiones de buena fe que se hayan hecho para lograr esas liberaciones, provengan de donde provengan, tienen un valor intrínseco que no se puede negar ni escamotear. Pero entre todas esas gestiones sobresalen las presiones internas y externas que ha recibido el régimen de los hermanos Castro para que excarcele a ciudadanos a los que jamás debió haber encarcelado porque no cometieron otro delito que opinar sobre cuál debe ser el futuro de su país y trabajar honesta y pacíficamente en defensa de sus opiniones.

Las principales presiones internas que aflojaron momentáneamente el férreo puño de los Castro, esos impacables capataces de Cuba, fueron las valientes manifestaciones de las Damas de Blanco, la muerte en huelga de hambre de Orlando Zapata Tamayo y la casi muerte en otra protesta similar de Guillermo Fariñas. Las principales presiones externas han sido la exigencia unánime de la Unión Europea de respeto a los derechos humanos a cambio de mejorar las relaciones con Cuba (léase darle más ayuda humanitaria y créditos incobrables) y el oportuno freno que el gobierno del presidente Barack Obama le echó al proceso de reacercamiento con La Habana. En conjunto, estas estrategias refrescantes alumbran el camino que idealmente debería seguirse para lograr el deseable objetivo final: el desmantelamiento total de la dictadura y la creación en Cuba de una civilizada sociedad libre y pluralista.

El problema estriba en que ese deseable objetivo final no lo es, o no parece serlo, para todos los protagonistas de la actual realidad cubana. El gobierno del presidente José Luis Rodríguez Zapatero merece elogio por contribuir a las liberaciones. Pero antes y durante sus gestiones ha demostrado que su principal objetivo es aplacar la indignación europea por los desmanes castristas y proteger las jugosas inversiones españolas en Cuba. La Iglesia cubana y el Vaticano también merecen crédito por las liberaciones. Pero han actuado con poca transparencia y demostrado una proclividad a servir simultáneamente a Dios y al diablo, como sugiere el viaje ya no tan secreto del cardenal Jaime Ortega a Washington, donde hizo gestiones similares a las que allí realizan los cabilderos a sueldo del régimen castrista.

De ahí que convenga insistir, desde la unanimidad europea y el recuperado pragmatismo norteamericano, en que los Castro acepten como interlocutores válidos a los opositores cubanos dentro de la isla para que se pueda iniciar con ellos una amplia negociación que cambie de una buena vez la naturaleza fundamentalmente represiva, retrógrada y excluyente del sistema cubano. El momento es propicio porque el régimen parece haber llegado a una situación económica límite que lo ha obligado a darles la mala incluso a inversionistas extranjeros a los que había engatusado y a mendigar en Washington créditos y el envío de turistas norteamericanos. Como interlocutores, los miembros de la oposición interna podrían reclamar no sólo que los Castro liberen sin condiciones humillantes a todos los presos políticos, sino que se comprometan a no seguir generando esa modalidad de prisioneros mediante arbitrariedades como las vigentes leyes de peligrosidad predelictiva, asociación ilícita, propaganda enemiga y salida ilegal del país, entre muchas otras.

n diplomacia se distingue entre diálogo y negociación. El primero presupone al menos dos partes dispuestas a hablar a partir de una base común de principios y valores. La negociación, en cambio, presupone un choque de fuerzas rivales que buscan ventajas estratégicas. Monologuistas en extremo, los Castro no han demostrado nunca inclinación alguna al diálogo. Pero las presiones internas y externas los pueden obligar, y de hecho los están obligando ya, a negociar. Lo ideal sería exigirles que acepten interlocutores válidos para la negociación, gente sin otra agenda que el deseo sincero de democracia, libertad y prosperidad para Cuba. Muchos opositores internos han demostrado fehacientemente que llenan los requisitos.

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