Lic. Amelia M. Doval
Lección # 5
Cuba es una isla sin matices, sin colores, sin ruidos aparentes y es que el silencio es la omisión de una explicación, una frustrante manera de esconder la realidad. Una verdad que ahoga a los de adentro y a los de afuera, la lejanía no exime de sufrir.
El cubano es un exiliado por antonomasia porque aquellos que aún no han podido o no han tenido el valor suficiente para alejarse, sienten el destierro como parte de su existencia, es un mundo extraviado y sin fin. Es la patria una pihuela que ata e impide volar, manteniéndose el cubano aferrado a su origen.
En homenaje a ese sentimiento es imprescindible hacer referencia a esos artistas con profundas ideas, con deseos de ejercer la crítica sin marcarse dentro de una política fraccionaria, con un escaso compromiso político y sin un marcado en desperdigar sus creaciones.
Las escuelas cubanas de arte son el centro del surgimiento de las inquietudes. artistas macerados en el don de la creación se exponen en la picota de un régimen que les cuestiona o recrimina pues se cree dueño del intelecto.
Para bien de la cultura, de los más antiguos legados sería fructífero abrir las puertas al entendimiento, captando a los nuevos exponentes de las artes. No es vincularse a las exigencias del régimen, sino simplemente abrir las puertas desde un país donde el arte tendría mucho que mostrar pues trascendería más allá de un mundo asfixiante y demoledor.
Sería interesante inmiscuirse como mecenas, en el sentir de una generación grupal que ha quedado parada en el tiempo por contar con mínimos recursos para realizar grandes obras.
Su estandarte es la no consagración, firme resolución del postmodernismo universal. Escriben la historia con un arte que no es de masas sino postulados que van más allá de la censura globalización, ellos pretenden unirse a la marea del mundo creador y para ello no escatiman esfuerzos (teniendo en cuenta que son bastante). Los materiales en la gran mayoría de las veces son reciclados o inexistentes: desde sábanas viejas, sacos de harina, cajas de mercado, elementos de la naturaleza, recursos olvidados. Hornos creados por el ingenio popular para quemar la cerámica, tornos que son recurrentes inventos de la solidaridad callejera convergen en un reducido espacio, la mayoría de las veces, con el intelecto y la musa.
En este mundo macondiano, el arte prolifera como la única variante decente de salir adelante, no solo por la recompensa monetaria, sino espiritual. Los libros de arte van de mano en mano como preciados tesoros que se duplican en imágenes creadas por fotocopiadoras resistentes a las carencias.
Podríamos mencionar a jóvenes como Sandro Pelicié que realizó su tesis de grado en el año 1998, con la calidad de un artista consagrado. Con primarios recursos realizó una obra fastuosa, una instalación que cautivaba por su mensaje en función de las preocupaciones de una población que se enfrentaba a la muerte provocada por el SIDA, al reclusorio obligado de los contagiados en un lugar conocido por Los Cocos, cerca del centro para leprosos. El distanciamiento social, político y cultural que impedía dentro de la censura habitual hacer público los primeros casos, dejaba a la juventud preocupada e intentando tomar conciencia.
Torsos tapados con velos, pinchados, ausencia de rostros como símbolo de lo que pudiera una enfermedad sin identidad aparente. Instrumentos médicos, jeringuillas, caminos y pedestales que llevaban hacía estos cuerpos mutilados. Una advertencia desde su visión joven, pendiente y alerta.
Así son los creadores cubanos, no se introducen en un lenguaje altisonante, ni político sino más humano y real. Un texto imaginativo que acapara la realidad.
Miami, FL
dovalamalea@yahoo.com
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