26 jun 2011

Recordando a Cuba

Por Martha Pardiño

                                                 La Vibora

Recuerdo que frente al jardincito de mi casa de Vista Alegre, en el Barrio de La Víbora, en La Habana, había un flamboyán hermosísimo que cuando florecía, sus flores de un rojo intenso, engalanaba la cuadra entera. Era un barrio que me gustaba mucho, tranquilo, con muchos árboles, y buenos vecinos.

A media cuadra de mi casa estaba el parque Mendoza. Un parque muy bien cuidado que hasta tenía un guardaparques que nos llamaba la atención si corríamos por el césped, etc. Los bancos eran de mármol blanco, con árboles exóticos como la Carolina, cuyas flores de un rosado intenso, parecían sayas de hawaianas; el Fanji Pani de finas flores rosadas; y otro árbol que me dijeron fue traído de la India que tenía unas flores moradas y amarillas que parecían orquídeas pequeñas. También había muchos almendros, arbolitos de caoba, setos de buganvilla, y rosales. Ese parque lo disfrutamos mucho mi hermana y yo porque allí nos reuníamos con nuestras amigas para montar bicicleta y patines de rueditas.

Los domingos al mediodía nos reuníamos un grupo de amigas y nos íbamos al cine que estaba en la Avenida Santa Catalina y la calle Juan Delgado, y que se llamaba Cine Mendoza y después se llamó Santa Catalina. La entrada costaba veinticinco centavos. Estaba este cine a unas cuadras de mi casa y allí íbamos a disfrutar de la matinée que consistía en: el Noticiero Nacional, el Noticiero español Nodo, un sketch de Garrido y Piñero, un cartón, una película de vaqueros e indios y la película principal que casi siempre era de terror, con títulos tan horripilantes como Drácula, El Hombre Lobo, El Hombre Invisible, etc. Películas que nos dejaban sin dormir por una semana pero que nos encantaban.

Cuando salíamos del cine nos íbamos a la dulcería Ward a comernos un panquecito con una coca-cola. Y la verdad que lo pasábamos de maravillas. No había peligro, ni nadie que se metiera con nosotros. Éramos todos los muchachos tan felices con esas pequeñas cosas que yo a veces pienso, después de pasados tantos años, si es verdad que se puede ser tan feliz como éramos en ese tiempo, o si lo soñé.

Después, cuando ya cuando estábamos en el quinto grado, se suspendieron los domingos de cine porque ya había algunas niñas que iban con sus noviecitos y nuestros padres decidieron acompañarnos al cine. Y disfrutábamos también, pero extrañábamos la gritería que formábamos el grupo entero cuando Drácula se acercaba al cuello de alguna doncella, o cuando nos daba por cambiarnos de asiento cinco o seis veces entre risas, haciendo sonar los asientos de madera.

No hay comentarios:

Páginas