Publicado en Diario Las Américas 1/20/2010
Por: Elsa I. Pardo
Estamos todos consternados en esta comunidad por el desvastador terremoto que ha arrazado con la vida de miles de nuestros hermanos haitianos, muchos de ellos, dejando a sus hijos huérfanos.
Al enterarme de los esfuerzos de las iglesias católicas de traer a miles de niños haitianos huérfanos o sin casa para la adopción y darles un gran futuro, lleno de esperanzas, me puse a pensar, "que diferente es la realidad de estos niños huérfanos con los niños de Cuba que vinieron sabiendo que era cuestión de meses la reunificación", llegué a la conclusión de que son más las diferencias que similitudes entre el Pedro Pan de 1960 de niños cubanos y el 2010 de niños haitianos.
Aunque ambas sociedades quedaron desvastadas, una por el comunismo y la otra por un desastre natural, los niños cubanos fueron enviados a Estados Unidos temporalmente porque sus padres estaban vivos. Sin embargo, la mayoría de los niños haitianos serán adoptados para toda la vida porque sus padres han muerto. La adopción es un acto de amor, pero también requiere una gran responsabilidad de ambos padres por el resto de la vida.
En nuestra comunidad viven miles de familias haitianas que hablan su propio idioma, tienen su propia cultura y necesidades que los hacen únicos. Quizás el gobierno del presidente Obama ya ha pensado en un plan de subsidio económico para que estos niños no pierdan sus raíces.
Estoy segura que muchos de ellos querrán adoptarlos para su bienestar psicológico y emocional, evitando de esta manera los choques culturales entre los niños y familias de diferentes etnias. La situación ideal es que estos niños adoptados crezcan alrededor de otros niños de origen haitiano, para que el golpe recibido no les
haga perder también su identidad.
Las investigaciones muestran que cuando los niños adoptados crecen, "cuanto más conozcan su identidad cultural, de dónde vinieron y por qué", tendrán más éxito y mayor confianza en si mismos.
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