24 abr 2010
Entrevista a Naty Revuelta
Esta entrevista de la amante del monstruo cubano que todavía trata de defender lo indefendible. Los años no pasan se quedan y sigue siendo bien rojita.
Por Rafael M. Estévez.
Revolucionaria y madre de Alina, hija de Fidel Castro
"Fidel puso su proyecto muy por encima de su vida privada"
La mujer que le dio una hija a Fidel defiende la revolución con firmeza: "Si algún día esto se vacía, yo seré quien apague el faro del castillo del Morro"
Por Fernando García | Corresponsal en La Habana | 02/01/2009 |
Natalia Revuelta, Naty, nos concedió esta entrevista para, a sus 83 años, "aclarar las cosas" de forma que sus descendientes conozcan su historia y sus sentimientos más allá de la breve historia de amor que vivió con Fidel Castro y de la que nació su segunda hija, Alina Fernández. "He sido algo más que la amante de Fidel y la madre de su hija. No fui una loca aventurera".
De origen burgués, de ascendencia cantábrica e inglesa, políglota y de esmerada educación, Naty defiende la revolución con igual firmeza que cuando se implicó en ella. "Si algún día esto se vacía, yo seré quien apague el faro del castillo del Morro".
- ¿Cómo era su vida cuando decidió sumarse al movimiento revolucionario?
- Trabajaba en una empresa petrolera (Esso) y recibía un buen sueldo. Estaba casada con un cardiólogo muy prestigioso y teníamos una hija, Natalí.. Yo ya había sido chibacista (seguidora de Eduardo Chibás), y entré en política por una cuestión de conciencia. Me hice ortodoxa porque ese partido (Ortodoxo) iba a combatir la corrupción y a luchar por la justicia social y la independencia económica. A raíz de la muerte (suicidio) de Chibás, caímos en un cisma. Batista tomó el poder en 1952. Pasaron cosas terribles. Fue un momento cruento y definitorio. Aquel 10 de marzo del golpe de Estado me vestí de negro para ir al trabajo. De camino a la oficina, decidí hacer algo por personas que estaban en peligro. Entre ellas tenía en mente estaba aquel joven a quien no conocía y que, cuando hablaba en la tribuna, agitaba los brazos hasta que se le bajaban las mangas del saco (la chaqueta): Fidel Castro. Mandé hacer unas llaves de mi casa para que estas personas pudieran disponer de ella y de lo que necesitaran, pues teníamos posibilidades. Hacia octubre, Fidel me mandó un recado con un estudiante universitario, Valls, para agradecérmelo y decirme que sabía que éramos buenos revolucionarios. En noviembre, en la conmemoración del fusilamiento de estudiantes de medicina de 1871, se hizo un acto en la universidad.. Valls me presentó a Fidel.
- He leído que cuando él le estrechó la mano usted se sintió "impresionada".
- En realidad siempre estuve impresionada. Pero en el sentido de que Fidel era muy carismático y convincente. Uno sabía que lo que decía era algo que tenía clavado ahí dentro. Y era muy valiente. Pero entonces no existía algo diferenciado desde el punto de vista sentimental.
- No lo había, aún…
- Claro. Esa relación más cercana surgió cuando, a tres meses de aquella reunión en la Universidad, Valls me llamó y me dijo que Fidel quisiera visitarnos en nuestra casa. Recuerdo que comimos jamón asado con piña y que le gustó mucho y no se le olvidó ese plato. Meses después, preso él en la isla de los Pinos, yo iba a enviarle jamón con piña. Aquella noche fue emocionante. Él estaba perseguido y nos planteó que estaba acopiando recursos, armas, todo lo que fuera para el movimiento que estaba gestando. Le dije que podía disponer de nuestra casa, donde yo estaba siempre, para hacer reuniones. Con discreción, claro. Yo me volqué en aquello exclusivamente, aunque sin descuidar mi trabajo, que me aseguraba independencia económica y me permitía evolucionar intelectualmente.
- ¿Se implicaba en las reuniones?
- Por supuesto. Y les atendía. No bebían; tenían instrucciones de no beber.
- ¿Instrucciones de Fidel?
- ¡Claro! Él era el que daba las instrucciones. Fidel iba allí a distribuir tareas. La mía era estar allí y procurar dinero. En aquel momento yo disponía de lo suficiente. Más tarde, en la época de la Sierra Maestra, también estuve recaudando.
- Me decía que fue en esas reuniones en su casa donde nació una relación más personal.
- Lo que pasa es que el trato con una persona a la que ya admiras a priori, y encima en esas circunstancias tan especiales, tan peligrosas, te lleva a una relación más directa. Se crea una cercanía, una preocupación mutua…
- Intimidad.
- Exactamente, pero nunca nos organizamos para que él llegara más temprano ni nada de eso. Nada de tipo personal.
- ¿Eso vino después? Primero fue el asalto al Moncada, ¿no?
- Sí. Ellos hablaban delante de mí cualquier cosa.. Habían estudiado militarmente varios cuarteles. La elección no fue al arbitrio. Optaron por el Moncada por su cercanía a la Sierra, a las montañas donde podían atrincherarse después del asalto. El plan inicial era armarse, irse a las lomas y allí empezar la guerrilla. Como harían tras el desembarco del Granma. Antes del asalto, me explicó Fidel, iban a ocupar la estación de radio de Santiago para leer un manifiesto y otros documentos, pero para llenar los tiempos sin voz necesitaban un tipo de música especial, que movilizara pero que no fuera alegre, pues podía haber muertos de ambas partes. Me dediqué a buscar discos durante ese par de meses: Fidelio, la Heróica, la Sinfonía del Nuevo Mundo, Mi Patria. Fueron días muy intensos. Se manejaban asuntos de vida o muerte, yo lo sentía así. Pocos días antes de partir hacia Santiago para el asalto, Fidel me dio el texto del Manifiesto a la Nación que iban a leer. Era el aspecto político de las acciones del 26 de julio. Lo tenía que distribuir en La Habana. Tuve que hacerlo sola. Había que distribuir el documento entre políticos y periodistas fiables, sincronizadamente con la hora en que estarían ocurriendo los asaltos a los cuarteles de Santiago y el cercano Bayamo. El objetivo era que, ante un posible corte de comunicaciones, la gente supiera en La Habana lo que estaba sucediendo en el oriente del país; quiénes eran y qué pretendían.
- ¿Cómo fue la despedida de Fidel antes de partir al Moncada?
- Nos despedimos con un sentido muy histórico, de momento crucial. Con optimismo aparente, aunque yo tenía un temor enorme.
- Pero el día 26 se puso en marcha.
- Sí. Me levanté de madrugada. Salí a la calle a las cinco y cuarto, hora de los asaltos, busqué un taxi y empecé con las visitas. Vi a Pelayo Cuervo, senador; a Raúl Chibás, hermano de Eduardo, a Cosme de la Torriente, presidente de la Asociación de Amigos de la República; a Sergio Carbó, director de Prensa Libre… Ya en casa de Carbó me dieron noticias terribles: sabían del asalto y había muchos muertos, sobre todo atacantes. Quedé desolada.
- Antes del asalto Fidel también le había pedido que, si le ocurría algo, ayudara a su esposa Mirta.
- Sí. Me pidió que me ocupara de su mujer y su hijo Fidelito. Me veía como la buena persona que podía ayudarles.
- Pero cuando le encarcelaron ustedes empezaron a cartearse y hubo un fatal cruce de cartas, ¿no? ¿Puede explicarlo?
- Era la correspondencia de una relación… Cómo definirla… De una amistad distante pero amorosa, diría.
- Es decir que, como ya comentó, ¿hasta entonces ustedes no..?
- Exacto. De ninguna manera. Sabíamos que sentíamos una gran atracción mutua, pero nos respetábamos. Bueno, no sé él, pero yo nunca había violado mi compromiso matrimonial. Mientras, me di cuenta de que Mirta recelaba de las amigas y compañeras de Fidel en el Partido Ortodoxo, a las que yo consideraba compañeras. Decidí callarme que Fidel y yo nos habíamos escrito, pero dije: "Mira, pronto debe de llegar una carta de Fidel porque acabo de enviar a la prisión una caja con libros, golosinas y cosas. Al cabo de una semana, Mirta me llamó y me dijo que había recibido una carta de Fidel que parecía dirigida a mí. Al mismo tiempo, yo había recibido otra que al parecer era para ella, en un sobre algo raro que la entregué sin abrir. Ella, que sí había abierto la carta dirigida a mí, vino a mi oficina y ¡menudo lío me formó! Yo nada temía de esa carta que ella había recibido porque estaba limpia. No podía ser de otra forma. Aquel papel visitó muchas peluquerías de La Habana, pero nunca me lo dio; nunca la leí.
- La disputa entre ustedes sería definitiva…
- Nuestra relación se cortó. Fidel optó por una solución correcta y digna. En lugar de continuar la correspondencia, me dijo: "Cuando necesite pedirte algo, te escribiré en la posdata de las cartas a mi hermana, Lidia". Mientras, yo guardaba recortes de prensa y documentos sobre lo que ocurría en el país. Aquello iba a resultar útil cuando ellos se fueran a México para preparar el desembarco del Granma año y medio después.
- ¿Qué pasó cuando Fidel salió de prisión?
- Cuando se decretó la amnistía (mayo de 1955), él me pidió que no fuera a esperarle; me llamaría al llegar a La Habana. Lo hizo en seguida. Ese mismo día fui a verlo en casa de su hermana. Fue durante esos 53 días en que estuvo aquí, haciendo contactos, cuando sucedió lo inevitable. Lidia tenía dos apartamentos. Pero fue muy poco. Dos o tres o cuatro veces. Y alguna vez en algún hotel. Fue breve nuestra relación.
- Fidel se había divorciado de Mirta.
- Sí. Y entonces se supo que yo no había tenido que ver con su separación. En realidad, Fidel me quería porque, además de ser una mujer atractiva, me tenía por buena, valiente y solidaria. La familia volvió a tratarme, y Lidia me tomó un gran afecto porque descubrió que yo no había provocado el divorcio. En cuanto a Mirta, el problema fue que su hermano, miembro de la juventud batistiana y viceministro del Interior, le buscó un cargo sin trabajo, un cargo botella. Pero el ministro, que tenía un pique con el viceministro, sacó a la luz el asunto. Fidel se divorció.
- Después salió, intimó con usted y marchó a México. ¿Cómo continuó su relación?
- Antes de partir a México, me dejó una misión: que le informara de todo lo que pasara en el campo político y revolucionario. Con informes, recortes, lo que fuera. Pronto me di cuenta de que estaba en estado. Tuve que hacer reposo durante unos pocos meses, pero continué enviando mis informes hasta que desembarcaron en tierra cubana.
- Usted estaba casada.
- No exactamente. Desde la relación con Fidel, separada.
- ¿Se lo contó a su marido?
- No. No era necesario ni quería alterar su vida. Ya en aquel momento teníamos una relación distante aunque civilizada. Éramos muy diferentes y nuestro matrimonio estaba desgastado. Al quedar encinta la separación se hizo definitiva, aunque seguimos viviendo en la misma casa y llevábamos una vida social. No hubo aclaraciones.
- ¿Y Fidel, cuándo lo supo?
- Cuando la niña nació.
- ¿Qué le llevó a ocultárselo hasta entonces?
- No quería que la información llegara a otras manos. Él me escribió algunas cartas desde México y después me estuvo escribiendo Raúl. Pero déjeme decirle… Aquello sucedió propiciado por las circunstancias, por la presión, porque él tenía que irse y yo estaba convencida de que vendría a morir, que lo iban a matar. Y permití que viniera esa criatura porque quería un hijo; un hijo al que podría educar como él hubiera querido. Después resultó ser una niña, una maravilla. Él era libre; tenía sus amoríos por allá. Pero yo no era mujer de amoríos, no tenía necesidad de eso. Yo era una mujer trabajadora que quería tener un hijo de aquel hombre a quien tanto admiraba y quise, y a quien creí que iban a matar.
- Tras el desembarco llegaron noticias de que había muerto.
- Sí, porque lo confundieron con Félix Elmuza (periodista expedicionario del Granma). Me llamó Conchita Fernández, la que había sido secretaria de Chibás, para darme la mala noticia. Le dije que no lo creía. Colgué el teléfono y me fui a regar el jardín como un zombi. Por entonces ya yo estaba vinculada a la Resistencia y al Frente Cívico de Mujeres Martianas. Un día Felipe Pazos, esposo de la jefa de mi cédula en Resistencia, me enseñó un trozo de papel con una palabra. Reconocía la letra de Fidel sin ninguna duda. El papel acababa de llegar de la sierra. Así me enteré. Pazos y su hijo fueron los que llevaron a Herbert Matthews (del NY Times) a entrevistarse con Fidel, entrevista que confirmó que estaba vivo y combatiendo.
- ¿Cuándo volvió usted a tener noticias de él?
- Él me mandó, precisamente a través del hijo de Pazos, dos balas usadas de ametralladora. Sin más. Las tengo ahí. No volví a saber nada directamente hasta que volvió a La Habana con el triunfo de la Revolución, casi dos años después.
- Entonces se encontraron en el Hilton, ya con la niña, que tenía casi tres años. ¿Cuál fue la actitud de Fidel hacia ella?
- Dijo que era muy linda. Y ya. No había que decir más nada. Alguien me aseguró en aquella época que me había mandado a buscar. No traté de confirmar eso porque nunca creí que me hubiera mandado a buscar, dada mi situación de maternidad reciente y mi otra niña. Era absurdo. Si ni siquiera Melba pudo venir en el Granma, ¡cómo iba a ir yo!
- Usted siguió viviendo con su marido hasta…
- Hasta que nos divorciamos en enero del 59. Su abogado, que también fue el mío, me reconoció la patria potestad de mis hijas, sin aceptar mi ofrecimiento de compartirla. Yo me mudé porque él tenía la consulta en la casa. Pero convinimos que Natalí (10 años entonces), que adoraba a su padre, se quedara con él durante la semana y viniera a casa los fines de semana para estar con su hermanita Alina. Mi ex marido se fue a Estados Unidos en el 61. Natalí me planteó que, como su padre tendría que decidir si se quedaba en Estados Unidos (el Gobierno empezaba a tomar medidas para evitar la fuga de médicos), ella quería acompañarlo allí al menos un año.
- Y ella no volvió.
- Él tenía que habérmela devuelto justamente al surgir la operación Peter Pan (traslado masivo de más de 14.000 niños cubanos a Estados Unidos). Actuó egoístamente, pero de manera comprensible y sensata. No volví a ver a Natalie hasta 1982, allá. No nos escribimos mucho porque ella estudió, creció, se casó, tuvo un hijo y se divorció sin estar yo presente. Su hijo me ha dado dos biznietas que no conozco.
- Usted se quedó con Alina.
- Sí. Y continué trabajando. En 1960, la nacionalización de la Esso me dejó sin empleo. Estuve seis meses buscando otro porque no me llamaron al Instituto de Petróleo, donde tenían que haberme trasladado. Al final, una doctora amiga mía que dirigía el Hospital Nacional me llamó para que fuera su jefa de Compras. En el 64 me mandaron a Francia para un estudio de Química orgánica. Allí estuve casi dos años, esperando poder ver a mi hija mayor. Nunca me la enviaron. Por entonces ya tenía 15 años.
- ¿Quién la mandó a Francia?
- Fidel. Había ido a verme para pedirme unos fragmentos de unas cartas. También conversamos sobre mi trabajo entonces y qué me gustaría hacer. Yo me interesaba por el diseño textil.
- O sea que sí volvió a verle una vez más.
- Sí, cuando él quiso que le copiara unos fragmentos de cartas suyas.
- Ya no había relación… ¿O había mala relación?
- Ni buena ni mala.
- ¿Le guardaba rencor?
- Nunca fui rencorosa. Dilucidé con él todas las dudas sobre nuestra relación. Pero yo no sentía el compromiso por ninguna parte.
- Usted volvió de Francia porque quiso.
- Por supuesto. Entonces me asignaron al Centro Nacional de Investigaciones Científicas, donde trabajé desde el 65 hasta el 73. Luego pasé a Comercio Exterior, hasta que me jubilé en 1980. Pero, cansada de tanta vida administrativa, me ofrecí para trabajar voluntaria en el Ministerio de Cultura. Estuve ahí hasta el 94. Mi hija menor se había ido (en huída) en diciembre de 1993, y entonces se planteó la posibilidad de que mi nieta se quedara conmigo. Pero yo tenía claro que los hijos tienen que estar con su madre, y no acepté aunque me quedara sola. En el 94 sucedió algo que me molestó. A partir del 73 me invitaban a la celebración del 26 de julio (conmemoración del asalto al Moncada). En el 93 me reconocieron como combatiente del Moncada y como tal fui a los actos. Y también al año siguiente, pero aquella vez una persona me dijo que esperase en la presidencia mientras los otros combatientes aparecían bajando la escalinata. Pregunté por qué.. "Son las instrucciones, compañera", me respondió. Pero yo había ido allí para estar con mis compañeros y no precisamente para sentarme en la presidencia, así que rompí la invitación ante su mirada y no fui a la tribuna. Me quedé oyendo el acto, flemáticamente, por radio.
- Entonces y en general, ¿se sintió abandonada?
- Sola. Me he sentido muy sola. Sobre todo por no tener familia.
- ¿Dejada de lado?
- No sé que decirle, porque tengo tantos compañeros y amigos tan buenos y a quienes quiero tanto… Oficialmente, sí podría decir que se me apartó: nunca se me explicó lo del 26 de julio del 94 ni por qué no me llamaron a trabajar cuando nacionalizaron la Esso.
- ¿Cómo es su relación con Raúl?
- Él y toda su familia siempre fueron muy afectuosos con mi hija, y eso no lo paso por alto, no lo olvidaré jamás; lo tengo en el corazón. Los visitaba, la invitaban a pasar unos días con ellos…
- ¿Y con usted?
- Cuando, dos veces, nos encontramos, hubo aprecio y alegría de volver a vernos.
- Su hija le dio un disgusto y supongo que la relación es difícil.
- Yo quiero mucho a mi hija. ¡Si es lo más inteligente y lo más sensible que hay! Lo que pasa es que ella se fue muy joven y con resentimientos.. Se sentía muy marginada.
- ¿Y mantienen la comunicación?
- Por correo electrónico. Buenísima relación: según ha pasado el tiempo, ha ido creciendo y definiéndose.
- ¿Qué opinión tiene de Fidel Castro, como hombre al que amó y como líder?
- Es difícil. Fidel comprometió su vida con un proyecto que siempre ha tenido muy claro. Nunca engañó a nadie. Me imagino que ha debido tomar decisiones que quizá dolieran mucho. Siempre ha sido directo en cuanto a lo que hubiera que hacer, sin importar Fulano, Mengano o Zutano. Pero no creo que en Fidel haya maldad o crueldad, de todo lo han acusado. Lo que sucede es que siempre puso su proyecto revolucionario muy por encima de su vida personal.
- ¿Cree que la revolución ha merecido la pena?
- Absolutamente. Mire qué camino han ido tomando los otros países de América Latina.
- Pero este país está en dificultades.
- Absolutamente también.
- ¿Cree que la revolución aguanta y sigue adelante.
- Absolutamente. Porque ahora ya no estamos solos. Y los cubanos somos muy resistentes.
- ¿No se siente sacrificada por la Revolución?
- Sacrificada, puede que sí. Pero no víctima. Siempre he tenido fuerza para solucionar los problemas y, poco a poco, la relación con mis hijas y nietos. Mi vida es mucho más de lo que se ha contado, en pedacitos y siempre sobre lo mismo. Se ha tergiversado mucho. ¿Quién podría deducir de lo publicado hasta ahora que yo fuera una madre buena, una mujer de trabajo, una revolucionaria sincera.
- ¿No quiso vivir fuera?
- No podría.
- ¿Ve una esperanza de entendimiento con Estados Unidos?
- Lo que ha dicho Raúl me parece correcto: hemos esperado cincuenta años y podemos esperar otros cincuenta.
- ¿Qué cambiaría de su país?
- Se trata más bien de renovar. Por lo que a mi respecta, lo que necesito es que se acaben las trabas para que mi nieta (la hija de Alina, residente en Miami) pueda venir a verme..
- Disculpe una pregunta tan íntima: ¿Sigue usted enamorada de Fidel?
- Como dije en otra ocasión, pasé muchos años para quitármelo del corazón y ponérmelo en la cabeza: lo veo como un ser de tremenda dimensión…
… al que sigue admirando.
… al que sigo respetando. Y así será hasta el final de mi vida.
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1 comentario:
Naty Revuelta, una mujer bellísima, elegante, que brillaba en la alta sociedad de La Habana, estaba casada con un médico y la pareja tenía muy buena posición en la Cuba de ayer.
Naty se enamoró locamente de Castro y estando todavía casada con el médico tuvo a su hija Alina, fruto de aquel amor de locura.
Hoy en día Naty sigue en La Habana y se encuentra muy sola. Sus hijas y su nieta abandonaron la isla y el partido comunista y el gobierno castrista y el tirano por el cual ella dió parte de su vida, la ignoran. Sin embargo, Naty sigue apostando por la fallida revolución y por Castro. ¡Cosas de la vida!
Martha Pardiño
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