12 ago 2010

Ingrata profesión



POR DANIEL MORCATE:

Uno de los mejores periodistas cubanos del exilio en Miami

Publicado por El Nuevo Herald 8/12/2010


La popularidad del presidente Barack Obama ha emprendido viaje al sur con destino imprevisible. El hecho deleita a sus adversarios republicanos al tiempo que ha puesto en jaque a demócratas que se enfrentarán al electorado en noviembre. Algunos fingen no conocer al presidente. Otros le han pedido que no se porte por sus comarcas hasta que pasen las elecciones. Ahondar en los motivos de la creciente impopularidad de Obama es aproximarse al ánimo atrabiliario del país y a la enorme complejidad del cargo más importante de Estados Unidos y tal vez del mundo entero.

Vayan por delante estas cifras recientes. La encuestadora Gallup indica que Obama mantiene una popularidad de 81 por ciento entre los demócratas. Pero sólo aprueban su trabajo 12 por ciento de los republicanos y 38 por ciento de los independientes, dato este último que representa el indicio más significativo de insatisfacción con su mandato. Otro sondeo de la cadena ABC y el diario The Washington Post sugiere que 50 por ciento de los norteamericanos aprueban la gestión presidencial mientras que 47 por ciento la desaprueban, lo que equivale a un empate virtual si se considera el margen de error. Y una encuesta de la cadena Univisión y la agencia Prensa Asociada concluye que el respaldo a Obama ha descendido de 68 por ciento en mayo a 57 por ciento en julio entre los hispanos, el segundo grupo étnico que más votó por él.

¿Se merece Obama el vertiginoso descenso en su popularidad, que al inicio de su gobierno se acercó al 80 por ciento? Ojalá hubiera respuesta fácil. Por un lado, pocos presidentes norteamericanos han logrado tanto en su primer año y medio de gobierno. La firma investigadora PolitiFact.com, ganadora del premio Pulitzer en el 2008, revela que de más de 500 promesas que hizo durante la campaña presidencial, Obama ha cumplido total o parcialmente 158, trabaja en 243, se ha estancado en 81 y ha incumplido 20. Algunas promesas cumplidas quedarán para la historia, como las reformas sanitaria y financiera. Otras aguardan el juicio de la historia, como el anunciado fin de las operaciones militares en Irak y la intensificación de esas operaciones en Afganistán. Y aún otras esperan a la historia, como sucede con la elusiva reforma a la ley de inmigración.

Por otro lado, Obama cometió un error clave al darle mayor importancia a reformar el sistema sanitario y meter en cintura a Wall Street que a generar empleos, especialmente en el sector privado. El paro continúa rondando los dos dígitos. El subempleo se ha hecho crónico. La ola de ejecuciones hipotecarias no cesa, aunque los medios hablen menos de ello. El prolongado derrame de petróleo en el Golfo embarró el prestigio del presidente. Acostumbrado al diálogo contemplativo y a la flexibilidad académica, Obama cifró demasiadas esperanzas en soluciones bipartidistas a algunos problemas serios. Pero esas soluciones no han llegado. Y difícilmente llegarán. La oposición republicana se ha embarcado en una aventura nihilista que la lleva a decir no a toda propuesta que emana de la Casa Blanca. Calcula que esa es su carta de triunfo para regresar al poder, aunque el país reviente en el proceso. Estrategia similar, hay que decirlo, a la que usaron los demócratas para reconquistar el Congreso y la presidencia.

Obama podría servirle de consuelo el saber que las mismas encuestas indican que los congresistas son mucho más impopulares, sobre todo los republicanos. Y que ningún presidente de la era moderna ha gozado de la estimación sostenida del público, con las posibles excepciones de John F. Kennedy y Bill Clinton. Los norteamericanos quisieron a Kennedy porque lo asesinaron, a Clinton porque violó las reglas del decoro presidencial. Everybody loves a lover -- and a clown. Con un poco de fortuna, Obama mejorará su imagen. O correrá la suerte de Ronald Reagan, a quien la mayoría de sus compatriotas repudió en vida y aplaude ahora después de muerto.

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