23 sept 2010

Le hablo desde Indonesia



Por JORGE J. GASTON

Una de las causas del desastre económico en nuestro país es la fuga de empresas hacia otros países con mano de obra barata, huyéndoles a los sindicatos y controles oficiales.

Esas empresas han triplicado sus ganancias, sin fanfarria y calladitas, a costa del obrero americano en su propia casa.

Mientras los gobiernos de turno no se pongan duros y comiencen a castigar a estas empresas y hacerlas regresar, al tiempo que intervengan con los sindicatos para que despierten a las realidades y dejen de exigir tanto, favoreciendo sus propios intereses, este país irá hacia abajo, de crisis en crisis, y no solamente en la economía sino en lo moral, espiritual y en la cultura alegre y optimista del pueblo americano.

Los problemas económicos domésticos son caldo de cultivo para la inestabilidad en los hogares.

La primera en sucumbir es la clase media, otrora motor de la economía más desarrollada del planeta.

Haciendo un poco de historia, en la década de 1960 la competencia que los productos extranjeros hacían a los norteamericanos comenzó a resquebrajar nuestra economía.

Las grandes empresas productoras comprendieron que la cuestión radicaba no sólo en los bajos salarios que esos países pagaban a sus trabajadores, sino que un producto similar en Estados Unidos costaba hasta cuatro veces más debido a las innumerables medidas restrictivas y de protección al medio ambiente y sobre todo por los contratos que los sindicatos presentaban a las empresas, favoreciendo a los trabajadores con mejoras salariales, pensiones más altas y más beneficios en general. Esto obligaba a las empresas a volcar esos gastos extras en los precios de sus productos, perdiendo de esa forma la competitividad frente a los productos extranjeros de igual o muy parecida calidad, pero a precios más accesibles al consumidor.

Entre los ejemplos de esos productos están las máquinas de fax, creadas inicialmente en Japón. Sólo después que el mercado local se saturó, llegaron al de Estados Unidos.

Parejamente, muchos países han tenido un ritmo de crecimiento tan rápido y próspero que sus mercados se han hecho más atractivos aún que el norteamericano.

Muchas megas compañías de este país tienen ventas y ganancias extraordinarias a partir de sus operaciones en el extranjero.

Exxon, General Motors, IBM, Procter and Gamble, por citar algunas, presentan cifras locales de exportación insignificantes comparadas con las provenientes de sus subsidiarias localizadas en otros países.

En definitiva, se pretende contemplar el mundo como un solo mercado globalizado en el que los países se consideran submercados, centrándose el interés en explotar las oportunidades donde quiera que se presenten. Eso, lógicamente, va en detrimento del desarrollo del mercado en nuestro país, con nefastas consecuencias, entre ellas un estancamiento del crecimiento interno y un aumento imparable del desempleo.

Pienso en el establecimiento de algún tipo de freno o control a esas empresas por parte del gobierno federal.

Están desbocadas hacia la obtención de más y más ganancias y a cualquier precio.

Hay que proteger, sobre todo, a nuestra propia economía y a nuestros trabajadores.

Es muy posible que todo lo anterior, entre otras causas, nos haya llevado a la actual debacle económica, que parece imposible de contener.

La administración debe concentrarse en vigilar las maniobras y rejuegos que muchas de estas empresas están llevando a cabo en el extranjero.

Es común que uno llame a una empresa grande pidiendo el precio de un producto y te contesten con un acento extranjero. Si uno le pregunta, responderá: ``Amigo, le hablo desde Indonesia''.

jgastonsilva@yahoo.com

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