alguna nueva Gubernamental Revolucionaria Disposición detuviera nuestra partida hacia
un futuro ambiguo, desconocido... pero lleno de inquietantes esperanzas.
Por Maria Teresa Villaverde Trujillo
Llegamos al Aeropuerto José Martí un poco antes de las 4 de la mañana porque el vuelo estaba señalado para bien temprano en aquel, más que memorable día de septiembre.
A partir de entonces esa fecha ha tenido doble significado en mi vida: en los recuerdos que me traje conmigo, y a los recuerdos que quedaban encerrados en el torbellino ambiente de mi ciudad natal: La Habana.
Poco después de arribar al aeropuerto pasamos a la primera, de cuatro etapas de inspecciones a
efectuarse, las sigueintes mas importantes y profundas como corresponde a las efectuadas por los países con un gobierno socialista. El registro fue total y mi femenino bolso quedó se mi destruido buscando algo maas ¡sabría Dios qué! al descubrir que yo llevaba una muy pequeñita pelota de Tommy. De ese trámite –aun hoy- depende siempre se frustre o no la esperanza de poder salir del pais.
Así mi corazón latía apresuradamente al abandonar el ultimo salón de inspección,
y regresar al salón de espera, antesala de la libertad..
Era aquel lugar -el pueblo le había bautizado con el sobrenombre de “la pecera”- como cualquier otro salón de espera, pero para los que allí estábamos representaba un futuro incierto pero alentador, un futuro lleno de incertidumbre pero también al mismo tiempo lleno de esperanzas. Detrás de los cristales que bordeaban la pecera podía verse unos cuantos rostros, cada uno con una expresion distinta. A veces el mismo rostro delataba angustia, desesperación; y momentos mas tarde una cierta alegría se reflejaba en la mirada de ellos. Era la ultima vez que veíamos -cara a cara- a aquellos pocos familiares que se atrevían ir al aeropuerto de La Habana a decir adiós a los que partiamos definitivamente.
Mi amiga italiana Francesca y su primo Nardo nos habían proporcionado la transportación hasta el aeropuerto, y Cesar –hermano de mi esposo- por si se presentaba alguna inconveniencia.
Entró una delegación extranjera de ub país asiático y sin aguardar un segundo le fue franqueada la puerta principal. ¿Serian pasajeros con destino pre-visto... o pasajeros improvisados a ultima hora dispuestos a robar los asientos ya destinados a nosotros? De eso dependía que los allí reunidos voláramos a Ciudad México; primera escala en aquel desconocido camino pero -a la vez- con imaginarios reflejos, radiante luz de esperanza. Todos seguiamos con la mirada hasta donde, desde lejos, alcanzábamos a verles -uno a uno- abordar la nave de Cubana de Aviacion que allí a unos varios-varios metros de la cristalera exterior descansaba indolente; ajeno aquel monstruo aéreo a los profundos sentimientos de los que, angustiosos, deseábamos abordarle y tomar un rumbo incierto.... hacia donde nos llevara el destino de los desterrados ...
El día antes habíamos recibido el permiso para abandonar el territorio cubano, el 23 de septiembre a las 7 de la mañana, en el Aeropuerto José Marti. Aquel angustioso martes de septiembre
Copia del telegrama en que notificábamos al amigo de mi esposo al Sr. Armando Navarro, entonces en Ciudad México, nuestra llegada a esa ciudad por Cubana de Aviación.
Solo quedaban una cuantas horas laborables del martes para cancelar todo lo exigido por el gobierno socialista cubano a los que deseaban abandonar el país. Había que abonar tres meses en dinero/efectivo –aunque abandonábamos el país en menos de las próximas 24 horas- por los servicios que no íbamos a recibir: electricidad, gas para cocinar, teléfono, renta, y la cuota diaria de cinco onzas de leche que recibía Tommy por ser menor de 4 años de edad. Varias amigas se brindaron ayudar; cada una a una distinta entidad revolucionaria a dar baja al servicio malamente ofrecido desde 1959.
Además había que visitar las oficinas de Cubana de Aviación quien otorgaba solo tres horas diarias para obtener los pasajes correspondientes. En aquel tiempo los posibles pasajeros hacían guardia nocturna a la puerta de la línea aérea, a riesgo de ser detenidos y encarcelados. Mi esposo había pasado la noche de lunes a martes, de pie, con otros posibles pasajeros en el portal de Cubana de Aviación, entonces en el Paseo del Prado, La Habana. Pasaba la hora del mediodía y mi esposo no regresaba....aumentando mi inquietud. Yo tuve en la mañana que presentarme en la Jefatura de Policía correspondiente a solicitar el re-inventario de nuestras pertenencias hogareñas, mostrando el telegrama permiso de salida, y a la vez entregar la libreta bancaria de “ahorros” con el balance de lo depositado cuando se efectuó el cambio de la moneda nacional vigente, mostrando además que solo habíamos extraído de la misma, la cantidad permitida por la nueva ley.
En espera de aquella insoluta revisión –dando vueltas de un lado a otro- la mirada se detuvo en la muy pequeñísima maleta que descansaba indolente sobre mi cama matrimonial. ¿Cómo era posible que sucediera algo así en mi Cuba -pobre o rica- hasta hacia poco tiempo con una población feliz? ¿Quien había desatado tanto odio entre hermanos? ...y tanto miedo a una traición de alguno de tu propia sangre? Nuestra salida era legal y sin embargo se mantenía oculta a los miembros de mi propia familia y a todas mis amistades. Oculta a los vecinos de mis padres, los mismos vecinos que me vieron crecer desde mis inocentes nueve años de edad.
A las 4 de la tarde empezó la revisión, habitación por habitación. Equipo eléctrico y equipo manual. Todo tenia que estar en perfecto estado tal como lo atestiguaba el inventario realizado a principios de febrero 1962. Hasta la cuna-bebe de Tommy la que en esos momento quedaba junto a su actual cama entraba en el infame inventario. Todo estaba en orden. Yo no sentía temor. Pero mis piernas parecían que iban a flaquear y doblarse cuando el agente de la policía revolucionaria penetró en esa otra habitación, profanando aquel preciado lugar: mi Rincón Martiano; y muy despacito fijó su mirada sobre cada uno de los cuadros y fotos del Apóstol. Por un instante su muy colérica mirada se posó sobre una cristalera donde yo guardaba entre otros objetos martianos un puñado de arena negra de Playitas; lugar por donde arribó José Martí a Cuba en abril 11 de 1895.
“_Hmmm -musitó el agente a bajo tono pero no tanto como para que mis oídos dejaran de captarlo- otro falaz martiano que se destiñe y traiciona a la revolución socialista”. Dentro de aquellas paredes reposaría para siempre mi cristiano corazón.
A partir de ese momento la puerta principal de la casa quedó sellada, y todo pasaba a ser posesión del gobierno socialista, ....y lo siento pero no me fue posible contener las lagrimas que mostraban desilusión, rabia, impotencia....y profundo desprecio hacia el mundo entero.
De las oficinas de Cubana de Aviación mi esposo fue directamente a despedirse de sus hermanos y padres. Se abrazaron todos ellos, muy juntos; y tan fuerte fue el abrazo que sin duda alguna se sintió interminable, porque sabía mi esposo que algo se le quedaba en Cuba para siempre. Y ese abrazo fue un presagio. No volverían a verse nunca más en la vida, ...y ¡así fue!
Y para mi la noche de ese martes 22 se convirtió en la noche más desgarradora y extensa de todas mis noches. La dolorosa despedida a mis padres. Aunque ellos pensaban también abandonar el país, ¡nunca! –bajo esos gobiernos socialistas- tiene el ciudadano la seguridad de hacer o realizar sus propios deseos. Así es que por lo regular las despedidas se tornaban eternas, porque todos sabíamos en aquellos tiempos que el regreso no seria fácil y que los brazos no se extenderían otra vez al viajero que se despedía, porque bajo la condición gubernamental existente el que marchaba fuera del territorio cubano era considerado un traidor al régimen socialista.
¿Puede en dos días sentirse tanta alegría y tanta sangrante desdicha?
¿Desear que llegara el momento de la partida y al mismo tiempo temer su arribo?
interminables las horas de ansiedad y angustia pensando que aún, llegando al Aeropuerto
alguna nueva Gubernamental Revolucionaria Disposición detuviera nuestra partida hacia
un futuro ambiguo, desconocido... pero lleno de inquietantes esperanzas.
Recordando aquel 23 de septiembre
Llegamos al Aeropuerto José Martí un poco antes de las 4 de la mañana porque el vuelo estaba señalado para bien temprano en aquel, más que memorable día de septiembre.
A partir de entonces esa fecha ha tenido doble significado en mi vida: en los recuerdos que me traje conmigo, y a los recuerdos que quedaban encerrados en el torbellino ambiente de mi ciudad natal: La Habana.
Poco después de arribar al aeropuerto pasamos a la primera, de cuatro etapas de inspecciones a
efectuarse, las sigueintes mas importantes y profundas como corresponde a las efectuadas por los países con un gobierno socialista. El registro fue total y mi femenino bolso quedó se mi destruido buscando algo maas ¡sabría Dios qué! al descubrir que yo llevaba una muy pequeñita pelota de Tommy. De ese trámite –aun hoy- depende siempre se frustre o no la esperanza de poder salir del pais.
Así mi corazón latía apresuradamente al abandonar el ultimo salón de inspección,
y regresar al salón de espera, antesala de la libertad..
Era aquel lugar -el pueblo le había bautizado con el sobrenombre de “la pecera”- como cualquier otro salón de espera, pero para los que allí estábamos representaba un futuro incierto pero alentador, un futuro lleno de incertidumbre pero también al mismo tiempo lleno de esperanzas. Detrás de los cristales que bordeaban la pecera podía verse unos cuantos rostros, cada uno con una expresion distinta. A veces el mismo rostro delataba angustia, desesperación; y momentos mas tarde una cierta alegría se reflejaba en la mirada de ellos. Era la ultima vez que veíamos -cara a cara- a aquellos pocos familiares que se atrevían ir al aeropuerto de La Habana a decir adiós a los que partiamos definitivamente.
Mi amiga italiana Francesca y su primo Nardo nos habían proporcionado la transportación hasta el aeropuerto, y Cesar –hermano de mi esposo- por si se presentaba alguna inconveniencia.
Entró una delegación extranjera de ub país asiático y sin aguardar un segundo le fue franqueada la puerta principal. ¿Serian pasajeros con destino pre-visto... o pasajeros improvisados a ultima hora dispuestos a robar los asientos ya destinados a nosotros? De eso dependía que los allí reunidos voláramos a Ciudad México; primera escala en aquel desconocido camino pero -a la vez- con imaginarios reflejos, radiante luz de esperanza. Todos seguiamos con la mirada hasta donde, desde lejos, alcanzábamos a verles -uno a uno- abordar la nave de Cubana de Aviacion que allí a unos varios-varios metros de la cristalera exterior descansaba indolente; ajeno aquel monstruo aéreo a los profundos sentimientos de los que, angustiosos, deseábamos abordarle y tomar un rumbo incierto.... hacia donde nos llevara el destino de los desterrados ...
El reloj marcaba ya las 8:32 am, e impacientes esperábamos la orden de abordar la nave que nos volaría a Ciudad México.
..y el monstruo de anchas alas esperaba indolente.
Mi niño dormitaba en mis brazos. De pronto dieron órdenes de salir hacia la pista. Todos caminaban despacito pero sus movimientos denotaban una impaciencia mal controlada. Yo seguía allí, sentada, dejando que los demás adelantaran el trecho que nos separaba de la libertad. Alguien al pasar cerca de mi, susurra afectuosamente pero con cierta energía:
“_Levántese, señora, levántese ¡¡¡camine!!!
Y me señalaba con la mano tratando de obligarnos a caminar.
”_Yo espero”, -contesté inocentemente-.
Ni un solo pensamiento malicioso cruzaba por mi mente. Aquellas personas se adelantaban con la sola idea de encontrar un asiento libre en el monstruo que indolente reposaba allá a lo lejos, no dispuesto aun para el despegue.
La fila no era tan larga pero a mi me pareció que los que caminábamos por aquel terreno plano hacia el centro de la pista formábamos un grupo gigantesco. Mi esposo y yo caminábamos uno junto al otro.
El, con el niño en sus brazos. Yo, aguantándome de él.
¡Se sentía ese amanecer de septiembre tan distinto! Radiante, calido, pero como si los rayos solares, en su estado atmosférico, alumbraran con angustia. Era así: brisa, calor y una extraña congoja impregnando la piel. El reloj marcaba ya las 8:32 am, e impacientes esperábamos la orden de abordar la nave que nos volaría a Ciudad México.
Terraza en el Aeropuerto José Martí, La Habana, Cuba
Aquella mañana otoñal se sentía enferma y reservada.
Alguien delante de mi se voltea hacia atrás, hacia el área de la terraza del edificio del aeropuerto que a cada paso andado, cada vez se alejaba más de nosotros; ¿o éramos nosotros los que nos alejábamos?
Yo me volteo instintivamente y vi aquella terraza repleta de personas con los brazos en alto diciendo adiós al grupo que estaba muy cerca ya de abandonar el territorio cubano, ¿por cuánto tiempo Dios mío? Me detuve y sin tener conocimiento del momento que vivíamos, efusivamente saludé a la muchedumbre al mismo tiempo que vivas lágrimas brotaban de mis ojos y de mi corazón... No me movía; sentía mis pies clavados en el mugroso pavimento. Un profundo silencio rodeó mi entorno. Nada existía. Miré al cielo y supliqué clemencia, porque –sin aceptarlo completamente- estaba a punto de iniciar una nueva existencia sin el apoyo de aquellos que me habían dado la vida.
Sin darnos cuenta íbamos quedando algo rezagados. A tal punto que los que venían caminando detrás de nosotros pasaban a nuestro lado, apresuradamente, para abordar aquella bendita nave que aun indolente descansaba en la pista. Fijé la mirada en aquellos pequeñas siluetas, -como puntos- que se veía allá a lo lejos... En aquel grupo para decirnos un posible !hasta luego! solo estaban Cesar, el hermano menor de mi esposo, mi amiga italiana Francesca y su primo Leonardo. Mis padres quedaron en su hogar, ¡rezando! y sintiendo ya el vacío que provocaba la infernal ausencia nuestra y además su incertidumbre soledad ya que a mi único hermano tampoco se le había notificado nuestra partida. Era la época de huir silenciosamente. ¡¡A la callada!! Había miedo, pánico diría yo, sembrado por el gobierno revolucionario socialista y que alcanzaba hasta a los más cercanos miembros de la familia.
Tomás nota que me he quedado parada, con la vista fija en la distancia; descansó su brazo por encima de mis hombros atrajo amorosamente mi cuerpo y me acurrucó contra el suyo en forma protectora, diciendo con firmeza:
“¡Ya!... Vamos, Sigue caminando, no mires hacia atrás.... ¡Vamos, vamos...!”
Allí quedaban todos mis recuerdos de niña-mujer, revoleteando entre los rayos del sol cuyo astro prometió conservarlos con la misma firmeza que nos despedía. Prometió servir de amoroso intermedio entre mi ciudad y mi pensamiento, como muestra del principio vivífico de todos los seres. Y allí se ha mantenido -cada día, día a día- cuidando de mis Recuerdos.
¿Preguntas por mi Patria?
¡ Mi Patria se venia conmigo, escondida entre los latidos de mi aún ardiente corazón !
¡Qué tristes fueron aquellas despedidas donde dejábamos
una juventud llena de alegría, el recuerdo de las amistades y los años estudiantiles!
...y me iba, sin saber que ya nunca más regresaría.
Abril 16, 1961
“En nombre del poder revolucionario proclamo el carácter socialista de la revolución cubana”
Mayo 1, 1961
“Proclamo a la Republica de Cuba Miembro de la Unión de Republicas Socialistas Soviéticas”
(La traición de Fidel Castro a nuestra hermosa isla.)
Recordando que nada se podía hacer para cambiar el triste destino en que se hundía mi país desde aquel primero de mayo cuando sentenciaron –definitivamente- a la “Republica del 20 de Mayo de 1902” en estado socialista... Cuando como ciudadanos nos sabíamos impotentes; y hasta miserables por haber confiado en quien nos traicionaba tan vilmente. Observando desolados como cada vez, más y más, la vida productiva de la isla se destruía,... como las familias se fraccionaban en buenos y otros en delatores... Así con este triste pensamiento, recordando tantos y tantos agravios. Palpitante el adolorido corazón volamos de La Habana a Ciudad México.
Días después en el Centro de Refugiados Cubanos en la capital mexicana, encontré al anciano que como en un susurro suavemente me ordenó caminar hacia el avión en el aeropuerto de La Habana. Me contó de su angustia cuando veía que no nos poníamos en acción para salir hacia la pista. Temía él que nosotros no encontráramos asientos en la nave; o que nos quedáramos con el niño rezagados a otro vuelo, -o quizás para siempre en la isla cautiva- y hasta posible que las autoridades portuarias cubanas sospecharan que yo era de esas personas coaccionadas abandonar el territorio. Le agradecí infinitamente su cuidado y esmero hacia nosotros. Nunca más he sabido de él o de su núcleo familiar. Donde quiera que estén residiendo, he implorado al Señor protegerlos con SU manto de piedad; aun hasta en este tan largo tiempo transcurrido, en el que nunca pensé el destino me forjaría residir fuera de mi ciudad natal...
Septiembre 26, 1964-2010
ashiningworld@cox.net
2 comentarios:
Preciosos recuerdos de María Teresa de cuando tuvo que abandonar la patria para encontrar libertad y un futuro sin cadenas para su hijo.
Digo preciosos, porque todos los cubanos que tuvimos que dejar la isla por no pensar como el tirano y negarnos a vivir bajo el comunismo, llevamos enterrados en el alma todas aquellas tristes despedidas de padres, hermanos y amigos, a los que nunca más pudimos abrazar.
Cuando se escriba la verdadera historia de Cuba, saldrán a la luz todos los crímenes, atropellos, los desmanes y la tristeza que los Castro han perpetrado en nuestra patria, y no alcanzaran los pañuelos para secar el llanto de los de aqui y los de allá y el mundo entero de avergonzará de habernos abandonado.
Martha Pardiño
Querida Maria Teresa.......quiero expresarte mi felicitacion mas sentida por la descripcion que haces de la salida de la patria con tu pequeño Tommy...Nos tocastes el corazn a todos, pues somos muchos los que hemos sentido los mismos latidos cardiacos que describes...en los ultimos minutos de la salida, cuando siempre se piensa que "algo" puede pasar que la interrumpa....
Bueno, ese sufrimiento es parte de la historia que cada cubano guarda en su corazon..
Un abrazo!
Jorge J. Gastón
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