15 dic 2010

HOMBRE, SOCIEDAD Y MUERTE

El ser humano es el único animal que sabe que envejece y que está condenado a morir, pero no quiere ni lo uno ni lo otro.

Hay enfermos terminales que cuando se enteran que su final está próximo, se humanizan y se vuelven más sensibles y amorosos. Otros, se enfurecen, se desesperan, y hasta maldicen.

Como nadie o casi nadie quiere morir y la mayoría de la gente desea tener vidas longevas al igual que sus seres queridos, a veces para lograrlo, recurren a medios técnicos que sólo pueden ser suministrados en un hospital, y los familiares del enfermo lo someten, o mejor, lo condenan a una vida artificial con el egoísta argumento de que mientras hay vida, hay esperanza.

Desafortunadamente, la vida moderna no permite regresar a las viejas costumbres de dejar que las personas con enfermedades terminales regresen a morir dignamente en sus hogares rodeados de sus seres queridos.

A pesar de que la muerte forma parte de la vida, existe un gran rechazo a aceptar que nuestras vidas tienen un final y, por ende, un rechazo a veces irracional a aceptar que nosotros o que un ser querido se halla en la antesala del fin.

Nadie quiere hablar de la muerte, a pesar de que ésta puede llegar en cualquier momento, sin previo aviso.

Aunque el promedio de vida de los seres humanos llegara a ser de mucho más de cien años, la vida siempre será breve. Por lo tanto, todos deberíamos preocuparnos por estar más preparados para cuando llegue el final de nuestra existencia, puesto que ésta es una realidad a la que tarde o temprano tendremos que enfrentarnos.

La cercanía de la muerte invade al moribundo de sentimientos de ira, frustración, culpabilidad y algunas veces, a la resignación. El proceso de dolor y desesperanza, siempre conduce a sentimientos de debilidad e impotencia.

El final de la vida es, para qué negarlo, un acontecimiento aterrador al que jamás lograremos acostumbrarnos. Es un miedo espantoso al dolor y a lo desconocido.

El moribundo, aunque se encuentre rodeado de sus seres queridos, nunca estará listo para emprender su viaje definitivo.

El momento en que el médico tiene que enfrentarse al paciente o a sus familiares, después de diagnosticar una enfermedad terminal, debe ser una tarea muy difícil y, obviamente, debe tener la capacidad de comunicar la dolorosa verdad, pero siempre dejando una ventana abierta a la esperanza. Su deber es decirle al paciente, así éste esté desahuciado, que juntos librarán un batalla hasta el final, sea cual sea el resultado.

Muchas personas al enterarse de que su enfermedad es mortal se niegan a aceptar el hecho, aún siendo presas de horribles dolores. Otros, desean que llegue pronto el final liberador.

La negación a aceptar la realidad actúa como una defensa provisional, pero luego, es reemplazada por una resignación parcial.

Los familiares o amigos del paciente que es consciente de que su final está próximo, son recibidos por éste con poco entusiasmo, pues sabe que las palabras de consuelo de nada sirven, y antes que aliviarlo, lo deprimen.

El enfermo terminal se siente profundamente solo y derrotado, aunque esté rodeado por muchas personas.

Los poderosos y opulentos, al llegar a la etapa final, estarían dispuestos a renunciar a todo su poder y sus riquezas a cambio de recuperar su salud.

¿De qué nos sirve el dinero si perdemos la salud, que es la mayor riqueza

que tenemos los mortales que muchas veces no valoramos?



José M. Burgos S.

burgos01@bellsouth.net

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