18 mar 2011

Del totalitarismo carismático al burocrático

Publicado el viernes 18 de marzo del 2011

Por PEDRO CORZO

Por más de cinco décadas Cuba ha estado sometida a un régimen totalitario muy singular y es que Fidel Castro, aunque le impuso a su gobierno las características de su personalidad agresiva e intolerante, también vinculó su gestión a su capacidad de atracción, eso que algunos definen como carisma.

Castro, como hubiese escrito Anatole France, es un demiurgo a toda ley. Un seductor por excelencia, como habría dicho William Shakespeare si le hubiese tocado escribir este periodo de la historia de Cuba. Un ilusionista excepcional para conservar la confianza de sus partidarios a pesar de fracasos, mentiras y traiciones.

Su liderazgo ha estado sostenido sobre las bayonetas y su talento, pero también, y quizás en una dimensión superior, a su habilidad para inspirar confianza a la textura recia y violenta de sus agallas.

El Faraón insular generó desde el periodo insurreccional un discreto culto a su persona y cuando llegó al poder fue capaz de que la masa y cierto sector de la clase dirigente se convencieran que estaban frente a un hombre que sintetizaba los mejores intereses de Cuba y sus ciudadanos.

En un santiamén una humilde isla del Caribe tuvo su propio Dios, profeta y espada de una religión que instauró su propio Satán en la tierra: Estados Unidos, su principal carta de triunfo ante una opinión pública mundial que no era exactamente pro norteamericana.

El faraón extendió su influencia más allá de las fronteras de su reino y no pocos fariseos y gentiles le apoyaron para que iniciara una cruzada en busca de una utopía en la que un hombre nuevo avergonzaría por sus virtudes al más íntegro de sus antepasados.

Castro tuvo la oportunidad de escribir sus propias realizaciones, fue el ineficiente mayoral de una finca de más 100,000 kilómetros cuadrados, involucró en los conflictos cubanos a las potencias atómicas y miles de sus partidarios murieron en tierras extranjeras para cumplir su sueño de catequizar a los herejes.

Se creyó tanto su divinidad, su utopía que todo lo podía, que no se percató de que el tiempo se le acababa, y lo peor, que a pesar de lo mucho que había bregado se extinguirían en la misma orilla del poder que había asumido en 1959, con el agravante que dejaba el templo sin paredes ni techos y a los fieles sin fe, confundidos y aletargados.

La épica, la lírica revolucionaria la personificó Fidel Castro. Hizo creer en la epopeya de la Sierra Maestra y en la pureza ideológica de Revolución, fue el estandarte de su propio proyecto, el jinete que con más suerte que virtudes defendió su utopía en numerosos escenarios.

La tramoya sobre la que gobernó Fidel se sostenía sobre una cruel y ruda carpintería, una labor lenta, minuciosa, de hormiga o abeja, que no llama la atención pero que cuando uno se da cuenta ha construido un andamiaje.

Ese laborante dedicado fue su hermano Raúl. Un hombre discreto que no ama el espectáculo pero que no duda en hacer lo necesario para que la ``colonia'' esté bajo control. No es ingenioso ni capaz de seducir a su interlocutor, pero sí puede, como eficiente burócrata, conducir el totalitarismo todo el tiempo que el pueblo sometido sea capaz de soportar.

Al parecer llegaron al poder los que hicieron posible que Fidel, más allá de sus peculiares atributos, gobernara por casi medio siglo. Los discursos agresivos, las marchas fastuosas y las declaraciones imperiales desaparecieron ante una riada de circulares y disposiciones que determinan la vida del ciudadano. Es, en la medida de lo posible, una especie de retorno al mundo soviético previo a la perestroika, una forma de agotamiento del fidelocastrismo que tal vez genere espacios para una transición dentro de la sucesión más allá de la voluntad del nuevo Jefe.

Esperar que Raúl promueva libertades que superen a las de los animales de corral tiene mucho de quimera, porque los burócratas siempre piensan y proyectan en el marco de lo que conocen y el hermano ignora lo que es la libertad. Quizás busque vías para alimentar mejor a corderos y lobos, pero bajo su égida Cuba continúa siendo un gigantesco campo de concentración, que aunque posiblemente más confortable, siempre estará bajo el control de severos guardianes que tendrán un garrote a mano para aplastar a los herejes.

Periodista de Radio Martí.


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