Lo conocí cuando no tenia casa, ni donde dormir. Tenía buenas maneras y era simpático y educado. Le cogí lastima y lo llevé a mi casa. Era de tamaño pequeño, ojos algo saltones y un bigote a lo antiguo que lo hacía lucir más viejo que lo que era. En conjunto sin ser bello era atractivo. Los primeros días fue respetuoso de nuestra privacidad, siempre agradecido a la comida que recibía y a la habitación que hizo suya mientras nosotros nos adaptábamos a sus idiosincrasias y nos encariñábamos con él. Un día lo vi besando a mi esposa y después compartiendo con ella la cama durante una siesta. Lo pase por alto, porque me acompañaba cuando solo y se convertía en un amigo. Confieso que me deje besar, pero fueron besos puros, de esos que se reciben cuando niño o se leen en poesías. Tuve fantasías de compartir con el nuestra cama matrimonial, pero no llegue a tanto. En mi edad, donde los dolores aumentan proporcionalmente a la disminución de los placeres, decidí darme gustos que no hubiera concebido como joven trabajador. Vivo feliz con mi compañera de toda la vida y su amante, mi mejor amigo, nuestro perrito Max.
Fernando J Milanés
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