5 abr 2012



 

Saturday, March 31, 2012

El Papa ciego


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Bernadette Pardo

En el sermón que pronunció en la Plaza de la Revolución en La Habana bajo la gigantesca imagen del Che Guevara, el Papa Benedicto XVI aseguró que “la irracionalidad y el fanatismo” ciegan a los que tratan de imponer su propia verdad a los demás sin escuchar el clamor del pueblo. Me parece, esta es mi modesta opinión, que en estos días el principal ciego, tanto en México como en Cuba, ha sido el mismísimo Benedicto.
Ya se sabe que no hay peor ciego que el que no quiere ver y así mientras los miles que asistieron a la misa papal en La Habana escucharon que el Evangelio de San Juan proclama que sólo la verdad nos hará libres, las cámaras de televisión nos mostraban como un cubano que se atrevió a gritar libertad en Santiago de Cuba fue sometido por dos fornidos polizontes que lo hicieron desaparecer. Todo esto bajo los ojos de un Benedicto que aparentemente no vio nada, ni siquiera cómo un tipejo que llevaba el símbolo de la Cruz Roja utilizaba los palos de una camilla para acallar a quien pidió libertad.
Un joven valiente
Afortunadamente mientras el Papa permanecía mudo y se lavaba las manos para recibir a los Castro en familia, el Evangelio de la verdad salió de la boca de un joven cubano ataviado con la gorrita de los Yankees que entrevistó el corresponsal de Univisión Edgar Muñoz.
El joven dijo ser cristiano y aseguró que la gran mayoría de los que estaban en la plaza escuchando la misa no eran creyentes y probablemente no sabían muy bien quien era el Papa, pero acudieron a la misa obligados por un gobierno acostumbrado a llenar la Plaza de la Revolución cuando lo considera conveniente para sus fines.
El joven de la gorrita se atrevió a lamentar lo que le había ocurrido al solitario manifestante de Santiago y concluyó diciendo que eso demuestra “que este es un régimen basado en el abuso y en el oprobio”, pero para entonces Benedicto ya debía estar pensando en los regalos que iba a hacer a los Castro por tan amable visita familiar.
Probablemente, muchos católicos cubanos se resignan a aguantar los oprobios sufridos durante la visita papal, entre ellos que las autoridades arrestaran a todos aquellos que podían ser molestos durante la estadía del Papa, desde mendigos por eso de que afean las calles hasta opositores porque ya se sabe que en Cuba todo el mundo es oficialmente feliz en la finca que los Castro controlan desde hace 53 años.
Desde La Habana, Berta Soler, una de las Damas de Blanco, me contaba como ella y su esposo salieron en la madrugada del miércoles de su casa para escuchar la misa papal pero nunca llegaron a ver a su Santidad. En la carretera les interceptaron agentes de seguridad apoyados por dos patrullas policiales que los detuvieron y los encerraron incomunicados en un calabozo durante 16 horas. Se les permitió regresar a casa a pie y en la oscuridad sólo después del despegue del avión papal.
Me decía Berta, con razón considero yo, que “el Papa se olvido de su rebaño, del grupo de los marginados de los oprimidos.” Opinión que también comparte el periodista y presentador de Univisión Jorge Ramos que desde México me decía que este Papa “le da la espalda a las víctimas y se reúne con los victimarios”.
Ignorando a las víctimas
En México, Benedicto no quiso ver a las víctimas del sacerdote Marcial Maciel, tristemente famoso por haber abusado sexualmente de cientos de seminaristas. Una de las víctimas, José Barba, acaba de publicar un libro titulado “La Voluntad de No Saber” en el que sostiene que el Vaticano tenía pruebas contundentes de la conducta impropia de Maciel y optó por el silencio y el encubrimiento.
En Cuba, el Pontífice se limitó a pronunciar cuatro palabras aquí y allá que pueden interpretarse como críticas. Muy poco y muy tarde, creo yo. Sentarse al lado de Raúl Castro y limitarse a decir que Cuba y el mundo necesitan cambios es un solemne insulto a quienes un día tras otro arriesgan su vida en la sociedad cubana para que lleguen las transformaciones.
El anterior Papa fue a Cuba y pidió a la gente que no tuviera miedo. Parece que ese mensaje no ha calado ni en la jerarquía de la iglesia, ni en el propio Benedicto. Sólo así puedo explicar yo que durante su visita al santuario de la Caridad del Cobre no escuché ni una tímida plegaria por los miles de cubanos que han muerto ahogados en el estrecho de la Florida o los muchos miles de católicos que han muerto en el paredón de fusilamiento gracias a quien ahora fue galardonado con las medallas del Vaticano.
Yo no me lo explico. ¿Abrazaría este Papa a los seguidores de Hitler durante una visita a Alemania? ¿Acariciaría la cabeza del gordito sátrapa norcoreano durante una visita a Pyongyang? Por supuesto que no. ¿Por qué entonces acariciar las manos de este sátrapa caribeño? ¿Qué hemos hecho los cubanos para merecer esta ignominia papal? ¿Por qué el Papa no quiere ver el sufrimiento de los cubanos?
Las victimas en todas partes tienen nombre y apellidos pero en cuanto llegó a Cuba el Papa prefirió hablar en lenguas y subtextos propios de George Orwell para no molestar a una dinastía que ofende lo más intimo de la dignidad humana.
Dicen los expertos en papalogía benidictina que la Iglesia Católica en Cuba tiene que actuar con cautela para lograr más espacios. Yo les contesto que si sólo la verdad nos libera como dice el evangelio para que queremos un espacio en el que no se admite la verdad. Como católica me enseñaron que el Sumo Pontífice es infalible. Pero sin ánimo de crítica me atrevo a repetir una verdad tan grande como un templo: es imposible quedar bien con Dios y con el diablo. Alguien debería abrir los ojos a Benedicto XVI.
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