Por Néstor Carbonell Cortina
Cortesía del Dr. Fernando Milanés
El régimen anquilosado y quebrado de
los hermanos Castro está herido de muerte.
No tiene cura ni salvación. Pero
eso no quiere decir que su defunción sea inminente. El régimen podría prolongar su permanencia en
el poder si no se contrarresta su maniobra de supervivencia, su nueva gran
estafa.
La estratagema va más allá del
hostigamiento, apaleo y arbitraria detención de los que valientemente se oponen
a la tiranía y reclaman sus derechos inalienables. Va más allá de los atentados
contra los adalides de la resistencia. El ardid incluye otros métodos más
sutiles e insidiosos para alcanzar tres objetivos fundamentales:
Primero, lograr que Estados Unidos
levante o suavice más el embargo a fin de que fluya a la isla una mayor
cantidad de divisas turísticas y créditos bancarios que alivie la asfixia
financiera del régimen.
Segundo, persuadir a la alta
jerarquía de la Iglesia Católica en Cuba a que colabore con la tiranía en aras
de una falsa reconciliación bajo el sistema totalitario imperante.
Tercero, infiltrar y dividir al
exilio y frenar el apoyo a la resistencia cívica con promesas engañosas de
reformas sustanciales y trato preferente para los exiliados acomodadizos y respetuosos.
El politburó cubano parece tomar
como modelo el viraje táctico y fraudulento de Lenin con su llamada “Nueva
Política Económica” (NEP). A principios de 1921, la Unión Soviética se
encontraba al borde del colapso. Las industrias habían sido arruinadas por la
guerra civil, y la agricultura no lograba recuperarse. El pueblo ruso,
atormentado por el hambre, la miseria y la cruel opresión, estaba a punto de
rebelarse.
Es entonces que Lenin decide
emprender una apertura económica parcial, sin perder el control de las grandes
empresas estatales. Bajo esa apertura, los campesinos pudieron vender parte de
su producción en el mercado libre; se racionalizó el sistema monetario, y en
las áreas urbanas se les otorgó licencias a pequeños negocios privados y a
operaciones comerciales de poca monta.
Asimismo, Lenin creó un clima de
aparente tolerancia. Permitió que escritores e intelectuales ventilaran sus
inquietudes, siempre que no atentasen contra la estabilidad del régimen
comunista. Prohijó movimientos de “oposición”, tales como la Alianza Monárquica
de Rusia Central, debidamente monitoreados y controlados por los servicios
soviéticos de seguridad. Relajó las restricciones para viajar al extranjero. Y
para montar todo este tinglado, se valió no sólo de agentes infiltrados, sino
también de ilusos y aprovechados del mundo académico y empresarial.
Creyendo que las reformas de Lenin
eran irreversibles y que iban a dar al traste con el comunismo, o al menos
humanizarlo, las potencias occidentales comenzaron a extenderle reconocimiento
diplomático y ayuda económica a la Unión Soviética. Gracias al Tratado de
Rapallo con Alemania en 1922, Moscú logró modernizar sus fábricas de tanques y
aviones de guerra. Y con la ayuda humanitaria de los Estados Unidos a través
del American Relief Administration, Rusia pudo mitigar la escasez de alimentos ocasionada
por las desastrosas cosechas de 1921 y 1922.
Unos pocos años después, tras
superar la grave crisis interna, Stalin le puso fin al viraje táctico de Lenin,
apretó las tuercas yuguladoras, y consumó la brutal colectivización del país. Bien
pudo haber dicho entonces el artífice del Gulag soviético: “La commedia e
finita”.
Veamos cómo el NEP de Lenin se
repite en Cuba, con algunas variantes criollas. A principios de la década de
los 90, se produjo la desintegración de la Unión Soviética y el cese de su
ayuda masiva a Cuba. La isla perdió de golpe el 35% del producto interior
bruto, y los hermanos Castro se vieron compelidos a iniciar el llamado “Período
Especial en Tiempos de Paz”.
A fin de palear la aguda crisis
económica, el régimen autorizó empresas mixtas con capital extranjero;
distribuyó parcelas de tierra para la producción agrícola en cooperativas y
minúsculas unidades privadas, y concedió licencias para operar pequeños
negocios familiares por cuenta propia. Pero el régimen fue más lejos para
mantenerse a flote: dolarizó la economía por varios años, dándole curso legal a
la moneda del imperio detestado.
De nuevo los ingenuos pensaron que
esas reformas eran irreversibles y
darían pie a una transición al capitalismo y eventualmente a la democracia.
Pero los hermanos Castro tenían otros planes. Temerosos de que los
cuentapropistas minaran el régimen totalitario, los fueron estrangulando con
trabas burocráticas e impuestos excesivos. Y al comenzar a recibir un torrente
de petrodólares venezolanos, cortesía de Hugo Chávez, revirtieron las reformas
e iniciaron una ola de represión que culminó en “la primavera negra” -- nombre
que se le dio al arresto e infernal cautiverio de 75 abanderados de la
libertad.
Actualmente, el régimen afronta otra
gravísima crisis financiera que lo está forzando a recortar subsidios
incosteables y empleos improductivos; a distribuir parcelas de tierra en
usufructo; a reactivar a los cuentapropistas, y a hacerle frente a una
oposición creciente con persecuciones implacables y detenciones constantes.
Ante esta situación potencialmente
explosiva, agravada por la posible pérdida de todo o parte de la ayuda gigantesca
de Chávez si el cáncer lo liquida o pierde las elecciones, los hermanos Castro
han iniciado una ofensiva de seducción y engaño en tres frentes: los Estados
Unidos, la Iglesia Católica, y el exilio.
Los Estados Unidos
Para adormecer a Washington
haciéndole creer que, con el fin de la Guerra Fría, Cuba no constituía ninguna
amenaza o peligro, el régimen de Castro contó con dos espías convictos y
confesos que ejercieron gran influencia en altas esferas gubernamentales: Ana
Belén Montes en el Pentágono y Walter Kendall Myers (junto con su esposa) en el
Departamento de Estado.
Además de pasarles secretos de estado a los hermanos Castro, estos
espías minimizaron en sus informes de inteligencia las implicaciones de la
metástasis castro-comunista en
Venezuela, propagada por más de 50,000 agentes cubanos; el refugio en Cuba de
terroristas y fugitivos de la ley; los nexos del régimen con el narcotráfico;
la tecnología para producir en la isla armas químicas y biológicas de
contaminación masiva, y las alianzas con Irán , Siria y otros países y grupos
enemigos de Occidente.
Confiando en el “pragmatismo” de Raúl Castro, la administración del
Presidente Obama le hizo varias concesiones para mejorar las relaciones y
estimular las reformas económicas en marcha; reformas superficiales y
revocables, sujetas a regulaciones e impuestos gravosos que obstaculizan el desarrollo
del sector privado. Washington no parece darse cuenta de que la supuesta
apertura de Raúl no es más que una nueva versión del viraje táctico de Lenin.
Para reducir las tensiones y propiciar un acercamiento con el régimen de
Castro, el actual gobierno norteamericano recortó drásticamente los fondos de
programas destinados a estimular la sociedad civil en Cuba y ayudar a los
familiares de presos políticos. Y al levantar las restricciones de viajes y
remesas de cubanoamericanos a la isla, hizo posible que el régimen aliviara su
ahogo financiero con un chorro de divisas que fluctúa entre mil y dos mil
millones de dólares.
Asimismo, Washington restableció el intercambio cultural de
pueblo-a-pueblo, esperando que el régimen permitiera un mayor flujo de ideas no
filtradas o censuradas. Esperanza vana. Mientras los agentes comunistas cubanos
que viajan a Estados Unidos, incluyendo la hija de Raúl Castro, tienen libre
acceso a los medios de difusión para martillar sus consignas y mentiras, los norteamericanos que visitan la isla en
excursiones “culturales” no pueden expresar en público opiniones que discrepen de los dogmas revolucionarios. Sólo les es dado participar en los programas
que el régimen ha diseñado para apantallarlos, seducirlos y lavarles el cerebro.
El gobierno norteamericano no acaba de
comprender que sus incentivos sólo endurecen la postura recalcitrante de los
jerarcas del régimen. Habiendo
encarcelado al subcontratista de USAID, Alan Gross, por haber distribuido en la
isla equipos de comunicación, lo retienen como rehén mientras aguardan más
concesiones de Washington. Para cubrir el expediente, dicen que están
dispuestos a discutir con los Estados Unidos todos los puntos que entrañen
controversia, pero su modo de negociación sigue el patrón que aprendieron de
los rusos: lo mío es mío, y lo tuyo es negociable.
La solución no radica, pues, en apaciguar a la tiranía, sino en
ofrecerle a la oposición en Cuba la misma ayuda que Washington certeramente le
otorgó al movimiento de Solidaridad en Polonia.
La Iglesia Católica
Raúl Castro le ha conferido a la alta jerarquía eclesiástica en Cuba la
distinción de ser su único interlocutor no gubernamental en la isla. Pero ese
privilegio tiene un precio deleznable: excluir del diálogo a los líderes de la
resistencia cívica; guardar silencio ante las agresiones del régimen a los
pacíficos opositores, y abogar en Washington por el levantamiento del embargo.
La política miope y blanda de la Iglesia con la tiranía, trazada
principalmente por el actual Secretario de Estado del Vaticano, siguiendo las
recomendaciones del Nuncio Apostólico en La Habana y del primado de la Iglesia
en Cuba, tiene como objetivo ganar espacios, hasta ahora minúsculos, para
llevar a cabo su labor pastoral.
Este acomodamiento, que recuerda el infausto colaboracionismo
preconizado a mediados de los 60 por el Encargado de Negocios de la Nunciatura
Apostólica en Cuba, Monseñor Cesare Zacchi, arroja un saldo negativo. Aun la
celebrada excarcelación de los presos políticos de la Primavera Negra, negociada
por la Iglesia, ha tenido para casi todos ellos un desenlace amargo: la
deportación a España en condiciones deplorables y sin posibilidades de regreso.
Muchos feligreses (incluyéndome a mí) lamentamos que, como resultado del
entendimiento entre la Iglesia y el régimen de Castro, el Papa Benedicto XVI en
su viaje a Cuba no haya tenido tiempo para reunirse con las Damas de Blanco y
otros disidentes, pero sí para abrirle los brazos al tirano mayor – el
excomulgado Fidel Castro -- sin que éste
haya mostrado el más mínimo arrepentimiento.
Vino también a nublar la visita papal la previa expulsión violenta de
algunos disidentes acampados en una parroquia de La Habana; expulsión
solicitada por el Cardenal Ortega, quien después denigró a esos pobres
cristianos en la conferencia que dictó en la Universidad de Harvard.
Pero acaso el mayor daño que el episcopado, con honrosas excepciones, le
está haciendo a la causa de la libertad de Cuba es su prédica a favor de la
reconciliación bajo el actual régimen totalitario, que, lejos de detener la
represión, la ha intensificado. La reconciliación es uno de los pilares de la
piadosa doctrina cristiana, pero si no se apega a la verdad, la justicia y la
libertad, sólo sirve para apañar la tiranía y alelar a sus opositores.
El canto de sirenas de la reconciliación nos trae a la mente la consigna
de la “coexistencia pacífica” que lanzaron los soviéticos, como cortina de
humo, en plena Guerra Fría. El objetivo de Moscú no fue otro que desarmar
física y moralmente a Occidente mientras consolidaba y expandía por el mundo
sus áreas de dominio e influencia. A ello se opuso Su Santidad Juan Pablo II,
quien galvanizó a Polonia y otros pueblos cautivos apocados por el conformismo,
y los instó a erguirse, sin odio y sin miedo, en pos de la libertad.
Justo es reconocer que la errada política seguida actualmente por la
alta jerarquía eclesiástica para congraciarse con la tiranía no eclipsa ni
empaña la postura vertical, aunque discreta, de varios obispos; los aldabonazos
valientes de algunos sacerdotes, y la admirable labor humanitaria que
calladamente llevan a cabo clérigos y seglares a lo largo de la isla.
El Exilio
El régimen de Castro le teme al exilio militante, porque a pesar de
haberse debilitado por el divisionismo, la fatiga y las pérdidas irreparables,
sigue siendo faro de orientación, tribuna de denuncia y rebeldía, y punto de apoyo
para proseguir la lucha. Por eso los hermanos Castro tratan de difamarlo y
neutralizarlo.
Su ofensiva contra el exilio no les impide procurar que un número
creciente de expatriados subvencione indirectamente al régimen quebrado. ¿Cómo?
Pues costeando gran parte de las necesidades de familiares en la isla que antes
dependían del estado, y aportando fondos para que abran pequeños negocios, que
la tiranía tolera por el momento para ordeñarlos.
Irónicamente, la transfusión financiera proviene de lo que los hermanos
Castro llaman despectivamente la “mafia” de Miami. Eso no les importa, porque
su objetivo es exprimir las remesas de
divisas y envíos de mercancías a Cuba con altos impuestos, aranceles y tarifas establecidas
para el cambio de moneda. Asimismo, se aprovechan de los viajes de los
emigrados (ya no exiliados) a la isla; viajes que un principio fueron
humanitarios, y que ahora incluyen visitas nostálgicas y periplos turísticos que
degeneran en pachanga.
Por otra parte, el régimen corteja a un grupo de empresarios interesados
en husmear oportunidades para enriquecerse en la isla sojuzgada. Pero no a
todos los mueve el frío afán de lucro. Algunos proceden de buena fe, creyendo
que la tragedia cubana no tiene más salida que negociar una presunta transición
con los que aprisionan a Cuba, tomando como base las magras y revocables
reformas sin libertad dispensadas a la fecha. Olvidan que están lidiando con un
dúo malvado, que si en algo se ha distinguido en su larga y sombría
trayectoria, ha sido en la perfidia y el engaño.
¿Qué hacer para que aborte esta nueva gran estafa incubada por el régimen
alevoso, que pretende engatusar a los
Estados Unidos para que lo salve de la insolvencia sin ofrecer nada sustancial
a cambio? Estafa que trata de manipular a la Iglesia para que silencie los
atropellos y aplaque la resistencia. Estafa que procura neutralizar al exilio,
sembrando el derrotismo y extrayendo de su seno divisas, colaboradores ingenuos
o taimados, y agentes de influencia.
Pues lo que se requiere, en primer término, es denunciar la coartada.
Con sólo alertar las conciencias se gana parte de la batalla.
Pero lo más importante es avivar la fe y aunar voluntades, porque la
satrapía de los Castro está más corrompida y resquebrajada que nunca. Precisa
no darle el oxígeno financiero que necesitan para recuperarse y perpetuarse en
el poder. Los que merecen y requieren ayuda de todo tipo -- desde capital de
trabajo hasta material de propaganda e instrumentos de comunicación -– son los
que en la isla se baten a diario, sin más armas que la dignidad, contra la vil
tiranía.
Estos valientes cubanos y cubanas representan la avanzada democrática de
un movimiento, que, aunque fragmentado, está cobrando fuerzas y habrá de contar
con amplio apoyo popular.
Hoy, conmovidos por la reciente pérdida de héroes de la resistencia,
como Orlando Zapata Tamayo, Laura Pollán, Wilmar Villar, Oswaldo Payá y Harold
Cepero, no podemos caer en la desesperanza pensando que, con su muerte, los
verdugos de Cuba han matado la libertad. ¡No, mil veces no! Como decía Martí,
“la libertad no muere jamás de las heridas que recibe. El puñal que la hiere
lleva a sus venas nueva sangre”.
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