SERGIO MUÑOZ BATA: ¿Sirven para algo los debates?
Publicado en el Nuevo Herald
SERGIO MUÑOZ BATA
La próxima semana se cumple la penúltima parte del ritual electoral estadounidense con la celebración del primero de tres debates entre los aspirantes a la presidencia de Estados Unidos, el presidente Barack Obama, candidato de los demócratas y el candidato republicano Mitt Romney, exgobernador del estado de Massachusetts.
Y aunque el uso del debate como uno de los modelos de argumentación política no tiene su origen en Estados Unidos, desde hace muchos años forma parte esencial de la cultura cívica y política del país. Circunstancia que ha provocado una profunda discusión acerca de su poder decisorio en una elección. Primero, porque por regla general, los partidarios de cada uno de los candidatos siempre declaran ganador a su favorito y no solo eso. Pensar que un votante va a seleccionar uno de los cientos de actos de campaña de un candidato para inclinar el fiel de la balanza es casi un acto de fe. Sin embargo, muchos comentaristas políticos piensan que el desempeño de un candidato en un debate sí puede influir enormemente en la decisión de los votantes. Y para reforzar su argumento se valen del primer debate presidencial que tuvo lugar en Estados Unidos, en el año 1960, entre el vicepresidente Richard M. Nixon y el senador John F. Kennedy. En esa ocasión, los candidatos presentaron sus propuestas y dirimieron sus diferencias en un programa de televisión transmitido a toda la nación. Según la opinión de los estrategas políticos de la época, Nixon cometió un grave error al aceptar debatir con a un joven senador muy poco conocido nacionalmente. Peor error fue que aceptara debatir en un momento en el que lideraba en las encuestas y justo en un día en el que estaba enfermo. El calor de los reflectores, la pronunciada sombra de su rostro con la barba del anochecer sin rasurar y la deficiente aplicación del maquillaje terminaron mostrando al vicepresidente derritiéndose en un mar de sudor.
Ese día quienes vieron el debate por televisión pudieron visualizar a Kennedy como un joven inteligente, relajado, seguro de sí mismo y firme en sus convicciones enfrentado a otro hombre cuya imagen en la televisión era francamente patética. Hasta qué punto esta elección se decidió por el poder de la imagen sigue siendo una opción atractiva sobre todo cuando sabemos que la mayoría de los ciudadanos que oyeron el debate por radio opinaron que Nixon hizo una mejor presentación de sus argumentos.
Este debate no fue, sin embargo, el que mayor huella dejó en la historia nacional sino el realizado en siete episodios entre el republicano Abraham Lincoln y el demócrata Stephen Douglas, ambos candidatos al senado por el estado de Illinois en 1858. Siete debates que solo unos cuantos pudieron oír en persona pero que hoy siguen sirviendo como modelo para los jóvenes norteamericanos que estudian retórica en la escuela secundaria.
El tema central del debate entre Lincoln y Douglas fue la posición de los candidatos con respecto al tema de la esclavitud. Más concretamente, el tema a dilucidar fue si el enunciado constitucional que dice “Dios creó a iguales todos los seres humanos” incluía a los esclavos negros. Douglas terminó ganando la elección.
Lejos de condolerse por la pérdida y convencido de que la discusión del polarizante tema merecía mayor difusión, Lincoln recogió las versiones estenográficas del debate, las corrigió y las publicó como libro. Gracias a estos textos, no al debate perdido, Lincoln obtuvo una gran visibilidad nacional. El premio vendría dos años después cuando habiendo perdido una curul en el Senado, pudo ganar la presidencia de la república.
Yo no creo que los debates tengan un carácter decisorio y menos en esta elección en la que las encuestas muestran que la mayoría de los votantes ya ha decidido por quien va a votar. Creo que solo una revelación grave e inesperada, o una reacción brutalmente equivocada de alguno de los candidatos ante un acontecimiento inesperado podría influir en los pocos votantes que todavía permanecen indecisos, no el ambiguo e inverificable resultado de tres debates al final de una larga carrera.
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