El papa Francisco concedió una entrevista al
director de La Civiltá Cattolica, una famosa publicación de los jesuitas.
Durante seis horas divididas en tres días, el sacerdote Antonio Spadaro,
director de la revista, conversó con el Papa sobre la situación crítica de la
Iglesia, los temas candentes de su pontificado y también sobre sus gustos y
pecados.
Sobre Jorge María Bergoglio:
“No sé cuál puede ser la respuesta exacta. Yo soy un
pecador. Esta es la definición más exacta. Y no se trata de un modo de hablar o
un género literario. Soy un pecador”.
Sobre los cambios en la
Iglesia:
“Son muchos, por poner un ejemplo, los que creen que
los cambios y las reformas pueden llegar en un tiempo breve. Yo soy de la
opinión de que se necesita tiempo para poner las bases de un cambio verdadero y
eficaz, porque desconfío de las decisiones tomadas improvisadamente. Desconfío
de mi primera decisión, es decir, de lo primero que se me ocurre hacer cuando
debo tomar una decisión. Suele ser un error. Hay que esperar, valorar internamente,
tomarse el tiempo necesario. La sabiduría del discernimiento nos libra de la
necesaria ambigüedad de la vida, y hace que encontremos los medios oportunos,
que no siempre se identificarán con lo que parece grande o fuerte”.
“Pero yo creo que consultar es muy importante. Los consistorios y los sínodos, por ejemplo, son lugares importantes para lograr que esta consulta llegue a ser verdadera y activa. Lo que hace falta es darles una forma menos rígida. Deseo consultas reales, no formales. La consulta a los ocho cardenales, ese grupo consultivo externo, no es decisión solamente mía, sino que es fruto de la voluntad de los cardenales, tal como se expresó en las Congregaciones Generales antes del Cónclave. Y deseo que sea una consulta real, no formal”.
“Pero yo creo que consultar es muy importante. Los consistorios y los sínodos, por ejemplo, son lugares importantes para lograr que esta consulta llegue a ser verdadera y activa. Lo que hace falta es darles una forma menos rígida. Deseo consultas reales, no formales. La consulta a los ocho cardenales, ese grupo consultivo externo, no es decisión solamente mía, sino que es fruto de la voluntad de los cardenales, tal como se expresó en las Congregaciones Generales antes del Cónclave. Y deseo que sea una consulta real, no formal”.
Sobre el papel que tiene que adoptar la Iglesia en
este momento histórico, el papa Francisco es muy gráfico:
“Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental. La Iglesia a veces se ha dejado envolver en pequeñas cosas, en pequeños preceptos. Cuando lo más importante es el anuncio primero: ‘¡Jesucristo te ha salvado!”.
“Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental. La Iglesia a veces se ha dejado envolver en pequeñas cosas, en pequeños preceptos. Cuando lo más importante es el anuncio primero: ‘¡Jesucristo te ha salvado!”.
Sobre los líderes espirituales
que necesita la Iglesia?
“Los ministros del Evangelio deben ser
personas capaces de caldear el corazón de las personas, de caminar con ellas en
la noche, de saber dialogar e incluso descender a su noche y su oscuridad sin
perderse. El pueblo de Dios necesita pastores y no funcionarios ‘clérigos de
despacho’. En lugar de ser solamente una Iglesia que acoge y recibe,
manteniendo sus puertas abiertas, busquemos más bien ser una Iglesia que
encuentra caminos nuevos, capaz de salir de sí misma yendo hacia el que no la
frecuenta, hacia el que se marchó de ella, hacia el indiferente. El que
abandonó la Iglesia a veces lo hizo por razones que, si se entienden y valoran
bien, pueden ser el inicio de un retorno. Pero es necesario tener audacia y
valor”.
“Durante el vuelo en que regresaba de Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla. Al decir esto he dicho lo que dice el Catecismo. La religión tiene derecho de expresar sus propias opiniones al servicio de las personas, pero Dios en la creación nos ha hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personal. Una vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: ‘Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?. Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando sucede así, el Espíritu Santo inspira al sacerdote la palabra oportuna”.
“Durante el vuelo en que regresaba de Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla. Al decir esto he dicho lo que dice el Catecismo. La religión tiene derecho de expresar sus propias opiniones al servicio de las personas, pero Dios en la creación nos ha hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personal. Una vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: ‘Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?. Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando sucede así, el Espíritu Santo inspira al sacerdote la palabra oportuna”.
Sobre los homosexuales, el
divorcio y el aborto:
“Esta es la grandeza de la confesión: que se evalúa
caso a caso, que se puede discernir qué es lo mejor para una persona que busca
a Dios y su gracia. El confesionario no es una sala de tortura, sino aquel
lugar de misericordia en el que el Señor nos empuja a hacer lo mejor que
podamos. Estoy pensando en la situación de una mujer que tiene a sus espaldas
el fracaso de un matrimonio en el que se dio también un aborto. Después de
aquello esta mujer se ha vuelto a casar y ahora vive en paz con cinco hijos. El
aborto le pesa enormemente y está sinceramente arrepentida. Le encantaría
retomar la vida cristiana. ¿Qué hace el confesor?”.
“No podemos seguir insistiendo solo en cuestiones
referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es
imposible. Yo he hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por
ello. Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo
demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero
no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar”.
"Las enseñanzas de la Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes. Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente", añade.
"Tenemos que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio. La propuesta evangélica debe ser más sencilla, más profunda e irradiante”, dijo.
“Considero urgente curar heridas, dar calor y acompañar a las personas a partir de su condición, lo que incluye a los homosexuales y a los divorciados que se han vuelto a casar”.
"Las enseñanzas de la Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes. Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente", añade.
"Tenemos que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio. La propuesta evangélica debe ser más sencilla, más profunda e irradiante”, dijo.
“Considero urgente curar heridas, dar calor y acompañar a las personas a partir de su condición, lo que incluye a los homosexuales y a los divorciados que se han vuelto a casar”.
Sobre el papel de la mujer en
la Iglesia:
“Es necesario ampliar los espacios para una
presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Temo la solución del ‘machismo
con faldas’, porque la mujer tiene una estructura diferente del varón. Pero los
discursos que oigo sobre el rol de la mujer a menudo se inspiran en una
ideología machista. Las mujeres están formulando cuestiones profundas que
debemos afrontar. La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel
que esta desempeña.
La mujer es imprescindible para la Iglesia. María,
una mujer, es más importante que los obispos. Digo esto porque no hay que confundir
la función con la dignidad. Es preciso, por tanto, profundizar más en la figura
de la mujer en la Iglesia. Hay que trabajar más hasta elaborar una teología
profunda de la mujer. Solo tras haberlo hecho podremos reflexionar mejor sobre
su función dentro de la Iglesia. En los lugares donde se toman las decisiones
importantes es necesario el genio femenino. Afrontamos hoy este desafío:
reflexionar sobre el puesto específico de la mujer incluso allí donde se
ejercita la autoridad en los varios ámbitos de la Iglesia”.
Sobre la Compañía de Jesús:
“De la Compañía de Jesús me impresionaron tres
cosas: su carácter misionero, la comunidad y su disciplina. Esto es curioso,
porque soy un indisciplinado nato, nato, nato”.
Sobre el tema de las periferias
del mundo:
“Me dan miedo los laboratorios porque en el
laboratorio se toman los problemas y se los lleva uno a su casa, fuera de su
contexto, para domesticarlos, para darles un barniz. No hay que llevarse la
frontera a casa, sino vivir en la frontera y ser audaces. Cuando se habla de
problemas sociales, una cosa es reunirse a estudiar el problema de la droga de
una Villa Miseria, y otra cosa es ir allí, vivir allí y captar el problema
desde dentro y estudiarlo. Hay una carta genial del padre Arrupe a los Centros
de Investigación y Acción Social (CIAS) sobre la pobreza, en la que dice
claramente que no se puede hablar de pobreza si no se la experimenta, con una
inserción directa en los lugares en los que se vive esa pobreza. La palabra
‘inserción’ es peligrosa, porque algunos religiosos la han tomado como una
moda, y han sucedido desastres por falta de discernimiento. Pero es
verdaderamente importante”.
“Pensemos en las religiosas que viven en hospitales:
viven en las fronteras. Yo mismo estoy vivo gracias a ellas. Con ocasión de mi
problema de pulmón en el hospital, el médico me prescribió penicilina y
estreptomicina en cierta dosis. La hermana que estaba de guardia la triplicó
porque tenía ojo clínico, sabía lo que había que hacer porque estaba con los
enfermos todo el día. El médico, que verdaderamente era un buen médico, vivía
en su laboratorio, la hermana vivía en la frontera y dialogaba con la frontera
todos los días. Domesticar las fronteras significa limitarse a hablar desde una
posición de lejanía, encerrase en los laboratorios, que son cosas útiles. Pero
la reflexión, para nosotros, debe partir de la experiencia”.
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