Publicado el viernes, 12.20.13 en el Nuevo Herald
ARIEL HIDALGO: El poder del amor y el perdón
Una estatua del ex presidente sudafricano Nelson Mandela se develó el 16 de diciembre en Union Buildings, en Pretoria, la capital, en el marco de las celebraciones por el Día de la Reconciliación.
BY ARIELHIDALGO
En estos días de vísperas navideñas, lo más importante, independientemente de la religiosidad o incredulidad de cada cual y de las diversas interpretaciones históricas, es la intencionalidad en el simbolismo otorgado a estas fechas. Podrá mucha gente negar la existencia de un poder divino omnipresente, e incluso dudar, desde el punto de vista histórico, en que hubo una vez alguien llamado Jesús con las obras milagrosas que se le atribuyen, pero nadie puede dudar del mensaje. Esa prédica de amor y perdón está ahí en los evangelios con independencia de quién los haya escrito o quién los haya transmitido verbalmente, y es un hermoso mensaje. Pero más que hermoso, la historia ha ido demostrando el poder de esa prédica de perdón y reconciliación.
Ahora que acabamos de despedir a uno de los más grandes hombres de la historia, lo que más resalta al hacerse el recuento de su vida, fue el maravilloso ejemplo que nos dejara. En un país marcado por el odio y el resentimiento, Nelson Mandela salió de una larga y dura prisión con su corazón limpio de rencores. Cuando fue elegido presidente de Sudáfrica, invitó a la ceremonia a su carcelero. Tras el fin del apartheid, no hubo represalias. Aquellos que en aquel país habían cometido actos de odio racial, fueron perdonados a condición de que confesaran sus faltas públicamente. Muchos pedían perdón a sus víctimas y ambos, víctimas y victimarios, se reconciliaban. Mandela infundió el sentido de la reconciliación entre todos sus partidarios, y a sabiendas de que el fútbol era la pasión común entre negros y blancos, logró unir a todo el pueblo en el apoyo al equipo sudafricano, que con ese respaldo moral, ganó el campeonato mundial contra todas las predicciones.
La prédica de Jesús, sobre todo en el Sermón de la Montaña, basada en el amor no sólo hacia quienes nos hacían bien sino además, hacia quienes nos hacían mal, fue una extraña enseñanza para un mundo que vivía sumido en el odio y la violencia. Ese mundo no ha dejado de ser así dos mil años después, pero esa prédica ha influido poderosamente en muchos seres humanos que en sus luchas han logrado grandes victorias en las conciencias, como han sido los casos de Martin Luther King e incluso Mahatma Gandhi, un hombre que formado en una cultura diferente de la occidental, se sintió muy impresionado al leer los evangelios. La práctica del amor y el perdón es muy fructífera porque implica una gran fuerza moral que muy pocos adversarios logran resistir.
Pero es preciso decir que Jesús no fue el primero en predicar una conducta semejante, sino que cinco siglos antes de él el sabio chino Lao Tsé exhortaba a adoptar una actitud idéntica: “Hay que ser bueno con el que es bueno y bueno con el que no es bueno” para que sea bueno, añadiría yo. A veces hablaba con las mismas palabras de Jesús: “Quien pida se le dará. Quien tenga pecados le serán perdonados”. Algunos años después otro maestro chino, Mo Tsé, enseñaba el amor universal como un mandato del Cielo. Si todos se amaran, decía, no habría robos, ni asesinatos, ni guerras, porque nadie roba o mata a aquellos que ama. Por la misma época, en la India, Buda enseñaba a no responder a la agresión con agresión y predicaba el respeto por la vida ajena, no sólo de las personas sino incluso la de todos los seres vivos.
Un monarca sanguinario que había sometido por la violencia a muchos pueblos hasta dominar la mayor parte de la India, se convirtió en el más grandioso de los gobernantes de todos los tiempos al adoptar el Dharma (principios morales del budismo). Ashoka pasó a ser de verdugo a benefactor no sólo de todos los pueblos que había sometido sino también de todos los países colindantes. Declaró la paz absoluta. Abandonó las guerras, eliminó el servicio militar obligatorio y redujo las fuerzas armadas que sólo actuaban en las paradas festivas. Permitió a sus súbditos practicar la religión que desearan, pero prohibió el sacrificio de animales, se hizo vegetariano y creó un gran jardín donde diversos animales convivían en perfecta armonía. Con esta política Ashoka logró más apoyo de otros reinos y más prosperidad que cuando intentaba la conquista mediante invasiones armadas.
Esta es la clave de la victoria: el amor, el perdón y la reconciliación.
Infoburo@aol.com
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