Publicado el lunes, 02.24.14 en El Nuevo Herald
Los latinoamericanos aman con pasiones desmedidas, nuestros hombres son machos, que cual gallos de pelea defienden a sus mujeres con uñas y dientes. Ay de aquel que se atreva a mirar con malicia a su amada, intente propasarse o le lance un piropo subido de tono. Más ignorante el amante, más peligroso será el reto y el tema es tan serio que puede costarle la vida al atrevido.
La mujer para muchos varones es un objeto, algo que se posee en exclusividad y que no se comparte bajo ningún concepto, esté o no casada. Miles de mujeres dependen del bolsillo del marido y eso le otorga un poder absoluto. Si se separan o divorcian empieza la penuria. Se convierten en enemigos irreconciliables y usan a los hijos para chantajear a quien juraron amor eterno.
Claro que existe la fidelidad y hogares que discrepan pero que sazonan sus vidas entre separaciones y amistades, pero ahora con internet todo es absolutamente posible, hasta que el más fiel de los maridos sea seducido por una desconocida que se le presente en cueros y luego no podrán rescatarlo, habrá sido engullido por el sistema virtual, que abre la puerta de mil y una fantasías. Y el amor, al igual que el sexo, necesita esos ingredientes para sobrevivir.
Los hombres latinos son infieles por naturaleza, pero si son generosos, buenos amantes y mejores padres, la compañera de vida lo soporta todo y es feliz a su manera, porque esa es una forma de concebir la vida en familia en esa parte del mundo.
En España he visto parejas que pasan del amor al odio en cinco años y lo único que prevalecen son los bienes materiales y el despojo es una práctica común, porque en raras ocasiones existe el contigo pan y cebolla. Las peleas matrimoniales acaban tan brutalmente que olvidan a las principales víctimas, que son sus niños. Solo permanece uniéndolos, a veces para siempre, los bienes adquiridos en común. Con esta crisis la pasión debe de haberse extinguido en muchos hogares. Por supuesto que existe gente que ama de veras, pero son una especie en extinción.
En Suecia más del 50 por ciento de las familias son divorciadas pero tienen unas relaciones fabulosas con el tema de la tenencia compartida de los hijos, una semana con cada quien, llega un momento que pueden veranear juntos aunque compartan el lecho con otros. Luego del divorcio se convierten en amigos eternos que comparten un café, cenan en grupo con sus respectivas parejas y dialogan sobre el futuro de sus niños.
El día de San Valentín, en Uppsala me senté a la orilla de un pequeño río y estuve absorta contemplando una pareja que comía al aire libre. Ella tendría 65 y el 70, observé que se cogían de la mano. Ella le daba de comer en la boca, se besaron en los labios y seguí la escena impresionada por tanta ternura. Los imaginé viviendo juntos y que ese día especial habían deseado estar en un ambiente diferente. Estaba equivocada, pues una hora después veía como se despedían cariñosamente y cada quien tomó un rumbo distinto. La escena me dejó perpleja.
Cerca de ellos una joven pareja bailaba animadamente al aire libre sin importarles si alguien los veía; es más, ni siquiera estaba segura si la música acompasaba su ritmo, pero él seguía sus pasos y lo invitaba a disfrutar ese momento, hasta que me acerqué a ellos y pude comprobar que ensayaban, porque actuaban en un teatro.
Ese momento recordé a quienes piensan en los suecos como bombas sexuales, fascinados por tipos diferentes y no se equivocan pero tienen los pies afirmados a la tierra y el corazón lo guardan en su bolsa de hacer compras. Sin duda pueden ser tiernos, respetuosos y hasta capturas el brillo de la pasión en sus ojos, pero su cerebro está por encima de sus emociones.
Son adictos a internet y las redes sociales, los mensajes de whatsapp, twitter y todo lo que significa comunicación, siempre leen y practican deporte. Son gente culta, pero si escudriñas en sus sentimientos, te queda la gran duda; para ellos el amor es como una herramienta y como tal debe ser regulada.
Periodista peruana.
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