7 jun 2011

Yasmeen Ferrera, Ganadora Primer Certamen de Cuento Juvenil "Talento Hispano 2011"



Primer Lugar:
Delsym

Por Yasmeen Ferrera


―¡Buenos días amores! ¡Es hora de tomar sus signos vitales!

Me despierto para ver a una de las enfermeras corriendo las cortinas, de modo que el sol me ciega. Me levanto antes de mi compañera de cuarto, Michelle, y voy hasta el lavamanos para hacer mi rutina de la mañana. Ésta no es tan extensa, ya que estoy en una sala de psiquiatría, pero aún así es una molestia.

Mientras Michelle deja su cama, yo me muevo hasta la silla para que tomen mis signos vitales. Me revisan la temperatura y aprietan mi brazo con ese horrible instrumento. ¡Odio el aparato de medir la presión! ¡Es un dolor!

Después de que nos toman los signos vitales, ya es hora de desayuno. Hoy le toca servir a Adrián.

―¿Que quieres, María? Tenemos panqueques, huevos, salchichas…

―Panqueques y huevos, por favor.

Lo que cae sobre mi plato es un pegote amarillo que parece un besito podrido, y unos cuantos panqueques regulares. Yo agarro miel y un jugo.

Miro la sala buscando una mesa vacía, me siento y empiezo a analizar mi desayuno. Cuestiono el plato. ¿Me lo como? Mi estómago empieza a quejarse, así que tomo la miel y la vierto sobre los panqueques. Consumir es fácil en este punto.

Pareces un criminal por la forma en que estás comiendo.

Me vuelvo a ver a Rab, que está aquí por tener pensamientos suicidas (saltó frente a un auto), y ahora se encuentra sentado frente a mí, sonriendo.

Tenía hambre.

―Ya veo.

Sigo con mi desayuno mientras Rab empieza a comer con delicadeza. Cuando termino, me levanto y pongo los restos en el tacho de basura. Entonces me acerco a una de las enfermeras y le pregunto qué haremos después.

―Grupo. Es una hora. Y luego tienen escuela.

Le doy las gracias y sigo hasta el sofá. Prendo la televisión y me dedico a cambiar canales hasta que al fin paro en Bob Esponja. Cuando ya me siento cómoda, aparece la enfermera con mi medicación. Pregunta mi nombre y chequea mi pulsera. Me da una pastillita blanca con un vaso de agua. Le enseño el interior de mi boca cuando termino de tragarme todo, y entonces se aleja. Miro tele hasta las diez y después me voy a lo del grupo.

En grupo es igual que en las películas. Forman un círculo de gente. Ahí tienes a tu terapista y a unas enfermeras. Los demás son pacientes de psiquiatría.

Nuestra terapista de hoy, la señora Rosa, tiene su portapapeles y nos pide que digamos nuestros nombres y por qué estamos en la sala de psiquiatría.

Una niña con pelo rubio y largo es la primera en hablar:

―Soy Samantha y estoy aquí por cortarme las venas.

La señora Rosa garabatea el nombre de Samantha y escribe luego “cortar”. Levanta la vista y hace un gesto en dirección a la próxima persona.

―Hola a todos. Soy Natalia y estoy aquí porque tuve una fiebre. Mi cuerpo estuvo así y mi cabeza se sentía así, así que aquí estoy.

Tiene los puños apretados, uno encima del otro. La mano de arriba se mueve en círculos. Ese es su cerebro. Ella parece hiperactiva, pero muy cuidadosa. La Señora Rosa sigue garabateando.

―Soy Rab, y estoy aquí porque salté frente a un coche.

La señora Rosa lo mira, en absoluto sorprendida, pero tampoco insensible, y pregunta por qué.

―Quería matarme.

Ella asiente y continúa garabateando.

Es mi turno.

―Yo soy María, y estoy aquí porque me tomé una botella de pastillas llamadas Delsym porque estoy deprimida.

Ella me mira:

―¿Estabas tratando de suicidarte?

―No.

Rosa continúa atacando ferozmente su portapapeles con la pluma a medida que avanza en el círculo.

Está Kevin, que se encuentra aquí por cortarse las venas y tener depresión; Jennie, por decirle a sus padres que se iba a suicidar; Sofia, por bulimia, y Melanie porque puede leerle la mente a la gente.

Jennie empieza la conversación. Cuenta que ella realmente no quería suicidarse, que solo lo dijo para asustar a sus padres. Está llena de energía y parece extrovertida. Pronto dice que sus padres no la quieren y que su papa es un chingado. Los otros hablan de sus vidas y de como todas esas cosas los afectan. Yo hago lo que siempre hago, solo me quedo allí sentada, sin participar. Lo hago intencionalmente. Después de un rato todos han hablado con excepción de Kevin y yo. La señora Rosa nos pregunta qué pensamos de cuanto se estaba diciendo.

Kevin comienza:

__Yo siento que los padres necesitan acusarnos de cosas que ellos saben que son su culpa, para así no sentirse culpables ellos. Algunas veces su principal motivación son ellos mismos, y eso no nos ayuda como hijos. No nos ayuda mantenernos sanos, solo empeora las cosas.

La señora Rosa asiente mientras concuerda. El continúa así por un tiempo, sonando bien educado y profundo. Cuando terminan, todos se voltean hacia mí. Yo me muevo en la silla, incómoda.

―Estoy de acuerdo con lo que todos dicen. Lo único es que yo pienso que la sanidad tiene que ver con la sociedad, al igual que con nuestros padres.

―¿Cómo así?

―Bueno, cuando todos salgamos de la unidad, vamos a regresar a un mundo juzgador. Es como tirarnos a los tiburones. Nos van a juzgar porque tomamos medicamentos, porque nos cortamos, y porque no somos del estándar. Y eso juega con la sanidad de las personas. Te opaca tu auto confianza y tu perspectiva del mundo.

Todos se alborotan y están de acuerdo con mi perspectiva y empiezan a opinar.

Después de unas cuantas opiniones, la señora Rosa llama al grupo al cierre, y todos guardamos nuestras sillas. Ella se me acerca y dice que hice un buen trabajo hoy, hablando en el grupo, especialmente porque lo más normal es que yo no diga una palabra.

Me voy hacia el otro cuarto y me siento para la clase.

Esto no debería ser llamado una clase. Siento que soy un delincuente condenado a cadena perpetua, tan deprimente es estar aquí.

__Hoy vamos hacer matemáticas.

El profesor saca unas hojas y nos pasa una a cada uno. Afirma que es difícil, pero que lo explicará. Yo leo el título. Teorema de Pitágoras. Algo que aprendí hace tiempo y que es muy fácil de hacer. Le pido algo más difícil. Me da una hoja de problemas. Me convierto en una analista y estudio mi hoja. La hora entera se nos va trabajando en dos problemas en la pizarra.

Yo acabo con los problemas y entonces empiezo a dibujar en la parte posterior de la hoja. Cuando ya son las doce, me voy directo al cuarto, a dormir. Voluntariamente, me limito al propósito de mantenerme sana. El sueño es una prolongación de la vida.

―Tenemos que sacarte sangre para tu examen de Sida.

Me quejo cuando me levanto. Juraría que ella hace estas cosas a propósito. ¿Por qué no pudo esperar a que me despertara?

―Está bien.

Nos dirigimos al cuarto pequeño de la parte posterior. Es el primer cuarto al que entré cuando llegué a la unidad. Es donde te chequean para ver si tienes alguna arma, drogas, o cortes en el cuerpo. Me quitaron mi ajustador porque tenía un alambre, me quitaron los cordones de los zapatos y el cordón de la chaqueta. Ahora estoy aquí de nuevo, y me toman el examen de Sida, un examen que había pedido con anterioridad ese mismo día.

Me sacan la sangre y me mandan a almorzar.

Adrián está sirviendo de nuevo. Hay arroz con pollo.

―¿Me puede dar un arroz con pollo, por favor?

―¿Pocho?

―Sí.

―Lo tienes que decir: pocho.

Me río.

―¿Me puede dar un arroz con pocho, por favor?

Me da mi plato de arroz con pollo. Se ríe de mi horrible acento.

―Buen intento.

¡Me ha hecho el día! Me encanta reírme. Así que ahora, otra vez, me siento sola. No hay necesidad de socializar, no tengo nada interesante que decir de todas maneras.

Veo a Rab mirándome y hago mi acto de criminal con la comida por hacer una comedia. Por supuesto que viene y me dice que nadie me va a quitar el almuerzo. Se sienta con Jennie y Kevin, y empiezan a hablar de cómo fumaban y que cuando salgan de aquí van a ir a fumar otra vez. Yo solo escucho. No juzgo.

Mientras estoy terminando la comida aparece mi terapista. Hace un gesto para que yo vaya con comida y todo. Yo cojo mi plato y sigo a la señora Beatriz. Ella ve a un número muy limitado de pacientes al día para tener tiempo suficiente de hablar con cada persona. Es buena gente.

Entramos a mi cuarto para sentarnos y ponernos a hablar. Es el período uno―a―uno al cual valoro cada vez, porque puedo soltar todo lo que tengo adentro y ella realmente me escucha, o así lo siento yo.

―¿Cómo has estado hoy, María?

__Lo usual, un poco triste, aunque Adrián me hizo reír, así que eso hizo mi día. Y ehhh… Hablé en el grupo hoy. Me sentí un poco inteligente en realidad ―sonrío. Ella hace lo mismo.

―¡Eso está bueno! ¡Ves, hablar en el grupo es bueno! ¿Pero por qué te sentías triste?

Yo trago el poco de pan que me quedaba.

―Solo estar aquí ya es deprimente. La escuela es frustrante. ¡Oh! Y tuve mi examen de Sida hoy, entonces esa es otra cosa de la cual me voy a preocupar también.

―¿Sabes lo que vas a hacer cuando te lleguen los resultados?

―Bueno, sea cual sea el resultado, tengo la intención de tomar la vida día a día. No quiero ser prisionera dentro de mí nunca más.

Ella asiente y sonríe. Me encanta como me mira directamente a los ojos cuando me habla; me hace sentir como que soy un ser humano y no una niña psicótica que no puede controlar sus emociones.

―Está bien eso. Yo creo que podrían probarte con actividades de autoayuda, ¿verdad? Digo yo. Así participas más, y luego ves cómo te sientes.

__Sí, lo haré.

―Muy bien. Bueno, es tiempo para tu próxima reunión de grupo, entonces te voy a dejar ir y te veo mañana, ¿okey?

―Okey. Y participaré más.

Beatriz me lleva a la zona principal, donde todos están sentados en los sofás. El día se prolonga así: grupo, comer, actividad, grupo, comer, grupo, terapia, grupo, grupo, grupo… Cuando ya es hora de dormir estoy muerta de sueño.

Ellos siempre hacen modificaciones en los cuartos, así que me mueven de mi cuarto al cuarto tres. Mi nueva compañera de cuarto es Melanie, la que lee mentes. Cuando entro, ella está devolviendo mis almohadas a mi cama. Pide disculpas y le digo que no hay problema. Trato de no dejarle saber lo nerviosa que estoy, pero tengo mis limitaciones. Todo el tiempo en que estoy desempacando, ella habla consigo misma. En un momento dado, me encuentra mirándola y yo empiezo a pedir disculpas. No dice nada y continúa hablando sola.

La enfermera entra y me pregunta que si le dije algo a Melanie, como queriendo decir que si Melanie está hablando sola es por mi culpa. Digo a la enfermera que no e intento dormirme. Odio las acusaciones, aunque en este caso es más una sugerencia que otra cosa. La poca sensibilidad de esta enfermera es frustrante, pero igual ya aprendí a manejarlo. Trato de dormir a pesar de los susurros de Melanie.

Al día siguiente me despierta la enfermera persistente que lo hace cada mañana:

―¡Buenas noticias, María! ¡Te vas de alta hoy! ¡Modificaron tus reportes y el doctor dice que te puedes ir para la casa! ¡Felicidades!

Sale de mi cuarto sonriendo. Yo me doy vuelta a ver a Melanie, que ya está levantada para tomarse sus signos vitales. Me levanto también, y la misma enfermera entra con mi medicamento. Me lo tomo y voy a tomar turno para mis vitales. Cuando ya me lo han hecho, regreso al cuarto y empiezo a empacar mis cosas.

Considero llevar la bolsita que te dan cuando llegas aquí. Las provisiones aquí no eran tan malas como pensaba; esa bolsita tiene bastantes cosas útiles. Pero decido que no me la voy a llevar para que no me diagnostiquen cleptomanía y después me vayan a dejar por más tiempo.

Agarro mi mochila y voy hacia la estación de las enfermeras. Jason se acerca y me pregunta si puedo firmar los papeles de alta, declarando que voy a tomarme el medicamento por un mes y que haré una cita con mi psiquiatría a final de mes. Firmo todo, y antes de dejarme ir me da una lectura motivacional sobre la vida y de cómo esto fue una experiencia con la cual voy a crecer. Le doy las gracias y camino hacia la sala de espera.

La enfermera persistente llega con mis zapatos y mi ajustador. Le doy las gracias y me quedo esperando a mi mamá. Nunca he estado tan excitada para ir a casa y regresar a la escuela.

Diez minutos más tarde, mi mamá entra a la sala y corro a sus brazos. Me ducha en besos. Ellos le dan los papeles de alta y el medicamento. Cuando acaba de firmar, nos dicen que somos libres de irnos.

Mientras traspaso esas puertas hago presente que esto no significa que me estoy yendo de la unidad psiquiatría. No, en absoluto que no. Solo significa que estoy entrando en una vida nueva. Y eso es todo lo que necesito.

Fin

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