Políticos santos y pecadores
Por Eduardo M. Barrios, S.J.
EL EX SECRETARIO de Estado HEnry Kissinger habla tras recibir un premio en Berlín el 17 de noviembre.
Berthold Stadler / AP
El gremio político cuenta con el patrocinio de Santo Tomás Moro (+1535), canciller inglés que murió mártir por rechazar a Enrique VIII como cabeza de la Iglesia.
El santoral también incluye a San Eduardo de Inglaterra y a San Luis de Francia. Entre las reinas recordamos a Santa Isabel de Hungría y Margarita de Escocia. En España promueven la beatificación de Isabel la Católica.
Ecuador se enorgullece de su presidente G. García Moreno (+1875). Cuba se gloría del presbítero que incursionó en alta política, Félix Varela, hoy camino de los altares.
El siglo XX conoció a estadistas de gran integridad. Alemania venera la memoria del canciller Konrad Adenauer. La Italia posfascista contó con gobernantes de la talla de Alcide De Gasperi, Giorgio La Pira y Aldo Moro. Francia le debe mucho a Robert Schuman.
Desafortunadamente, la mayoría de los hombres públicos no pueden presentarse como modelos sin reservas. Abundan los escándalos contra el sexto mandamiento (“no fornicar”) y el séptimo (“no robar”).
En cuanto al sexto, la Moral enseña que las relaciones sexuales sólo son honestas en el Matrimonio. Pero muchos jóvenes, acuciados por la curiosidad y la pasión, no esperan. También se sabe que la infidelidad conyugal acecha.
A los hombres de gobierno se les juzga en conjunto. Como humanos al fin, sus vidas proyectan luces y sombras. No se puede echar al basurero de la Historia a quienes no hayan observado perfectamente bien la castidad. De lo contrario, habría que hacerles cruz y raya a B. Clinton, L. Johnson, J.F. Kennedy y otros.
Remontándonos a los próceres, si se les juzga solamente por debilidades en lujuria, habría que descartar a José Martí, Simón Bolívar, Thomas Jefferson, Fernando el Católico, Carlos V, y muchos más.
Se impone cordura: mantener los altos ideales, pero contando con la fragilidad humana. Se dan caídas en personas que no carecen de méritos.
Según Henry Kissinger, “el poder político es el afrodisíaco supremo”. El que lo ostenta, se hace “sexy”, interesante a féminas inescrupulosas. Cierto que hay víctimas de acoso sexual, pero algunas damas desenvueltas incitan con sus actitudes y vestimentas provocativas.
Eduardo M. Barrios, S.J.
ebarriossj@gmail.com
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