El largo pasillo conducía a una amplia sala de redacción donde la sed de justicia y el amor al periodismo servían de eslabón a un polifacético grupo de intelectuales hispanos dedicados a preservar la verdad.
Era un lunes soleado del verano de 1998, apenas unos meses después que El Nuevo Herald volara con sus propias alas, ya separado de The Miami Herald. El periódico en español era el espejo del trabajo y la vida de una comunidad noble, poderosa y en crecimiento permanente. Sus páginas afloraban como el punto de referencia obligado en los repasos de frustraciones y sueños conquistados en una sociedad libre.
Un rostro lozano con cabello rubio y apellido foráneo bajo la dirección de excelentes profesionales. Ese era yo. El oficio, escribir; el medio, tinta y papel.
Han transcurrido casi 15 años; de aquella densa cabellera solo los vestigios quedan. Las ruedas de la tecnología y el nuevo medio han dejado profundos surcos. Hoy publico mi reporterismo en español e inglés, en papel y en la página web. Transmito un segmento semanal por televisión y colaboro con múltiples estaciones de radio. Las primicias –aquellas que esperaban el alba para darse a conocer– a menudo las divulgamos de inmediato, en pequeñas dosis, por las redes sociales cibernéticas.
Como vivo dentro de mi piel, es la imagen que mejor conozco para ilustrar la evolución y diversificación de El Nuevo Herald, el primer diario en español en Estados Unidos publicado por una cadena de periódicos en inglés como parte de su oferta noticiosa. Otras corporaciones mediáticas imitaron este modelo. Pero no han logrado superarnos.
Pese a acosos variados, críticas severas, brotes intermitentes de impericia y la penosa convalecencia de la prensa tradicional impresa, nuestra publicación avanza a paso firme, gracias al reducido equipo profesional que cada día se esmera vehementemente por mantener izada la bandera de un periodismo ejemplar.
Hace pocas semanas, El Nuevo Herald expuso la abominable explotación del turismo sexual con menores en Cuba en una investigación conjunta con un influyente periódico canadiense. El año pasado, colegas en cubículos colindantes sacaron a la luz el abuso a los ancianos en Hialeah mediante el fraude de las boletas para el voto anticipado. Son muchos otros los reportajes investigativos y de servicio público. En 2011, fuimos el primer diario en español electo finalista del prestigioso Premio Pulitzer. La distinción, recibida junto a The Miami Herald, derivó de la impecable cobertura del devastador terremoto en Haití en trabajo mancomunado.
Este lunes, el periódico pasa otra página con la mudanza de su sede a Doral –foco del crecimiento demográfico de nuevas oleadas de latinoamericanos–, tras la venta del imponente edificio en el centro de la ciudad a una corporación asiática que construirá un complejo hotelero y, Dios no quiera, tal vez un casino de destino turístico.
Poco imaginaban este camino recorrido a lo largo del tiempo algunos ejecutivos de The Herald y Knight Ridder –la otrora empresa matriz– quienes, en 1977, se reunieron en el antiguo restaurante Málaga de la Calle Ocho a celebrar el primer aniversario de El Miami Herald, un suplemento de 24 páginas con noticias y comentarios en español encartado como un cuerpo más del periódico anglo para conquistar a una creciente pero esquiva comunidad cubana que se hacía sentir más en la vida cívica y financiera de la región metropolitana.
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