Un joven de nacionalidad australiana, estudiante y deportista en la Universidad de Oklahoma, salió temprano en la mañana a correr. Con un futuro por delante y a todas luces siendo un miembro útil a la sociedad, no podía prever que este sería su último día de vida. Tres jóvenes, pasando el tiempo en el portal de una casa lo vieron y en un impulso súbito decidieron matarlo. Así lo hicieron, cazándolo como a una bestia. Después del hecho se jactaron a través de los medios sociales del gozo que sintieron. Al ser capturados, explicaron su acción como resultado de “estar aburridos”. Este hecho es una demonstración de la maldad humana en lo más primitivo de su manifestación. El ser humano nace con impulsos básicos destinados a reproducir y preservar su vida. Estos instintos mantienen la eternidad de la humanidad. Como el mundo en que vivimos es limitado, existe necesidad de mantener un equilibrio entre la vida y la muerte para así obtener el número exacto permitido por la naturaleza. Solo un Dios, creador de nuestras vidas, es capaz de instituir este balance imprescindible. El humano siempre nace diferente. Esta diferencia es obligatoria para adquirir el control del número requerido. También nacemos con biologías, sentimientos y propensiones similares que incluyen la bondad y la maldad. Todos tenemos algo que nos diferencia de los otros seres y que, a mi entender, es el arma que nos dieron para obtener el premio que nos da la vida, la felicidad. Este algo es nuestra voluntad. Todos somos potencialmente crueles o generosos, morales o inmorales. Vivimos en sociedad y obtenemos placer cuando podemos ver en otros lo que nos gusta, y nos duele cuando los demás padecen por razones que nos causan también a nosotros sufrimiento. Aunque distintas sociedades definen mal o bien de acuerdo a su cultura, todos tenemos derechos y responsabilidades individuales y capacidad de distinguir entre una acción beneficiosa y una perjudicial Una sociedad feliz, es la que está compuesta por unidades humanas responsables de sus acciones y que han aprendido desde pequeños por sus familias, educadores y/o guías religiosos, que solo se es dichoso y se cumple con el destino cuando se trabaja, se crean otros seres y se ayuda a los necesitados. Cuando las personas ceden sus vidas a otros, a cambio de satisfacciones inmediatas, es cuando la maldad se impone, el hedonismo prevalece y la sociedad se destruye. Desgracias como el nefasto evento de hace unos días, cuando ya forma parte de acciones que suceden cada vez más frecuentemente, son un síntoma de un mundo en decadencia y debe ser una voz de alerta para todos.
Fernando J Milanés MD
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